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viernes, 27 de septiembre de 2013

CANCION OTOÑAL

Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas, pero mi senda se pierde en el alma de la niebla. La luz me troncha las alas y el dolor de mi tristeza va mojando los recuerdos en la fuente de la idea. Todas las rosas son blancas, tan blancas como mi pena, y no son las rosas blancas. que ha nevado sobre ellas. Antes tuvieron el iris. También sobre el alma nieva. La nieve del alma tiene copos de besos y escenas que se hundieron en la sombra o en la luz del que las piensa. La nieve cae de las rosas pero la del alma queda, y la garra de los años hace un sudario con ellas. ¿Se deshelará la nieve cuando la muerte nos lleva? ¿O después habrá otra nieve y otras rosas más perfectas? ¿Será la paz con nosotros como Cristo nos enseña? ¿O nunca será posible la solución del problema? ¿Y si el amor nos engaña? ¿Quién la vida nos alienta si el crepúsculo nos hunde en la verdadera ciencia del bien que quizá no exista y del mal que late cerca? ¿Si la esperanza se apaga y la Babel se comienza qué antorcha iluminará los caminos en la Tierra? ¿Si el azul es un ensueño qué será de la inocencia? ¿Qué será del corazón si el amor no tiene flechas? ¿Y si la muerte es la muerte qué será de los poetas y de las cosas dormidas que ya nadie las recuerda? ¡Oh sol de las esperanzas! ¡Agua clara! ¡Luna nueva! ¡Corazones de los niños! ¡Almas rudas de las piedras! Hoy siento en el corazón un vago temblor de estrellas y todas las rosas son tan blancas como mi pena.

Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita farsa guiñagolesca obra completa

Personajes (Por orden de aparición en escena) EL MOSQUITO ROSITA EL PADRE COCOLICHE EL COCHERO DON CRISTOBITA CRIADO UNA HORA MOZOS CONTRABANDISTAS ESPANTANUBLOS, tabernero CURRITO, el del Puerto CANSA-ALMAS, zapatero FÍGARO, barbero UN GRANUJA UNA JOVENCITA DE AMARILLO UN MENDIGO CIEGO MOZAS UNA MAJA CON LUNARES UN MONAGO INVITADOS CON ANTORCHAS CURAS DEL ENTIERRO CORTEJO Advertencia Sonarán dos clarines y un tambor. Por donde se quiera, saldrá Mosquito. El Mosquito es un personaje misterioso, mitad duende, mitad martinico, mitad insecto. Representa la alegría del vivir libre, y la gracia y la poesía del pueblo andaluz. Lleva una trompetilla de feria. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (1 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita MOSQUITO¡Hombres y mujeres! Atención. Niño, cierra esa boquita, y tú, muchacha, siéntate con cien mil de a caballo. Callad, para que el silencio se quede más clarito, como si estuviese en su misma fuente. Callad para que se asiente el barrillo de las últimas conversaciones. (Tambor.) Yo y mi compañía venimos del teatro de los burgueses, del teatro de los condeses y de los marqueses, un teatro de oro y cristales, donde los hombres van a dormirse y las señoras... a dormirse también. Yo y mi compañía estábamos encerrados. No os podéis imaginar qué pena teníamos. Pero un día vi por el agujerito de la puerta una estrella que temblaba como una fresca violeta de luz. Abrí mi ojo todo lo que pude (me lo quería cerrar el dedo del viento) y bajo la estrella, un ancho río sonreía surcado por lentas barcas. Entonces yo avisé a mis amigos, y huimos por esos campos en busca de la gente sencilla, para mostrarles las cosas, las cosillas y las cositillas del mundo; bajo la luna verde de las montañas, bajo la luna rosa de las playas. Ahora que sale la luna y las luciérnagas huyen lentamente a sus cuevecitas, va a dar comienzo la gran función titulada Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita... Preparaos a sufrir el genio del puñeterillo Cristóbal y a llorar las ternezas de la señá Rosita que, a más de mujer, es una avefría sobre la charca, una delicada pajarita de las nieves. ¡A empezar! (Hace mutis, pero vuelve corriendo.) Y ahora... ¡viento!: abanica tanto rostro asombrado, llévate los suspiros por encima de aquella sierra y limpia las lágrimas nuevas en los ojos de las niñas sin novio. (Música) Cuatro hojillas tenía mi arbolillo y el aire las movía. Cuadro primero Sala baja en casa de doña Rosita. Al fondo, una gran reja y puerta. Por la reja se ve un bosquecillo de naranjos. Rosita está vestida de rosa y lleva un traje de polisón, lleno de bandas y puntillas. Al levantar el telón está sentada bordando en un gran bastidor. ESCENA PRIMERA http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (2 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA. (Contando las puntadas.) Una, dos, tres, cuatro... (Se pincha.) ¡Ay! (Llevándose el dedo a la boca.) Cuatro veces me he pinchado ya en esta "e" última del A mi adorado padre. En verdad que el cañamazo es una labor difícil. Uno, dos.. (Suelta la aguja.) ¡Ay, qué ganitas tengo de casarme! Me pondré una flor amarilla sobre el cucuné, y un velo que arrastrará por toda la calle. (Se levanta.) Y cuando la niña del barbero se asome a su ventana, yo le diré: Voy a casarme, pero antes que tú, mucho antes que tú, y con pulseras y todo (Silbido fuera.) Ajajay, mi niño! (Corre a la reja.) EL PADRE. (Fuera.) ¡Rositaaaaaaa! ROSITA (Asustándose.)¡Quéeeeeee! (Silbido más fuerte. Corre y se sienta ante el bastidor y tira besos a la reja.) PADRE (Entrando.) Quería saber si bordabas... ¡Borda, hijita mía, borda, que con eso comemos! ¡Ay, qué mal estamos de dinero! ¡De los cinco talegos que heredamos de tu tío el Arcipreste, no queda ni tanto así! ROSITA ¡Ay, qué barbas tenía mi tío el Arcipreste! ¡Qué precioso era! (Silbido fuera.) ¡Y qué bien silbaba! ¡Qué bien! PADRE Pero, hija, ¿qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loca? ROSITA (Nerviosa.) No, no... Me he equivocado... PADRE ¡Ay, Rosita, qué entrampados estamos! ¡Qué va a ser de nosotros! (Saca el pañuelo y llora.) ROSITA (Llorando.) Pues... sí... tú... yo... PADRE Si al menos quisieras casarte, otro gallo nos cantaría; pero me parece a mí que por ahora.. ROSITA Si yo lo estoy deseando. PADRE ¿Sí? ROSITA ¿Pero no te habías dado cuenta? ¡Qué poco perspicaces sois los hombres! PADRE ¡Pues me viene de perilla, de perilla! ROSITA Si yo por peinarme a la arremangué y darme arrebol en la cara... PADRE De manera, ¿que estás conforme? ROSITA (Con guasa un poco monjil.) Sí, padre. PADRE Y, ¿no te arrepentirás? http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (3 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA No, padre. PADRE ¿Y me harás caso siempre? ROSITA Sí, padre. PADRE Pues esto era lo que yo quería saber. (Haciendo mutis.) Me he salvado de la ruina. ¡Me he salvado! (Se va.) ESCENA II ROSITA ¿Qué significará esto de "Me he salvado de la ruina. Me he salvado"?... Porque mi novio Cocoliche tiene menos dinero que nosotros. ¡Mucho menos! Heredó de su abuela tres duros y una caja de membrillo, ¡y... nada más! ¡Ay! Pero lo quiero, lo quiero, lo quiero y lo requetequiero. (Esto dicho con gran rapidez.) El dinerillo, para las gentes del mundo; yo me quedo con el amor. (Corre y agita un largo pañuelo rosa por la reja.) ESCENA III LA VOZ DE COCOLICHE (Cantando, acompañado de la guitarra.) Por el aire van los suspiros de mi amante por el aire van, van por el aire. ROSITA (Cantando.) Por el aire van los suspiros de mi amante, por el aire van, van por el aire. COCOLICHE (Asomándose a la reja.) ¿Quién vive? ROSITA. (Tapándose la cara con un abanico pericón y fingiendo la voz.) Gente de paz. COCOLICHE¿No vive en esta casa por casualidad una tal Rosita? ROSITA. Está tomando los baños. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (4 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita COCOLICHE. (Haciendo ademán de retirarse.) Pues que le sienten bien. ROSITA. (Descubriéndose.) ¿Y hubieras sido capaz de retirarte? COCOLICHE. No hubiese podido. (Meloso.) A tu lado los pies se vuelven de plomo. ROSITA¿Sabes una cosa? COCOLICHE¿Qué? ROSITA¡Ay, no me atrevo! COCOLICHE¡Atrévete! ROSITA (Muy seria.) Mira, yo no quiero ser una mujer impúdica. COCOLICHE. Y a mí me parece muy bien. ROSITA. Mira, es el caso... COCOLICHE¡Acaba ya! ROSITA. Me taparé con el abanico. COCOLICHE. (Desesperado.) ¡Hija mía! ROSITA. (Con la cara tapada.) Que me caso contigo. COCOLICHE¿Qué estás diciendo? ROSITA¡Lo que oyes! COCOLICHE¡Ay, Rosita! ROSITA. En seguida ... COCOLICHE. En seguida voy a escribir una carta a París pidiendo un niño... ROSITA. Oye, a París de ninguna manera, porque no quiero que se parezca a los franceses con el chau, chau, chau. COCOLICHE. Entonces... ROSITA. Lo pediremos a Madrid. COCOLICHE. Pero, ¿lo sabe tu padre? http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (5 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA ¡Y me lo permite! (Se quita el abanico.) COCOLICHE¡Ay, Rosita mía! ¡Ven! ¡Ven! ¡Acércate! ROSITA. Pero no te pongas nervioso. COCOLICHE. Me parece que me están haciendo cosquillas en la planta de los pies. Acércate. ROSITA. No, no; desde lejos te daré los besitos. (Se besan desde lejos. Ruido de campanillas.) Siempre pasa lo mismo Ahora viene la gente. ¡Hasta la noche! (Se sienten campanillas, y por la gran reja del fondo cruza una carroza tirada por caballitos de cartón con penachos de plumas, y se detiene.) CRISTOBITA. (Desde la carroza.) Efectivamente es la niña más guapa del pueblo. ROSITA. (Haciendo una reverencia con las faldas.) Muchas gracias. CRISTOBITA. Me quedo con ella definitivamente. Medirá un metro de alzada. La mujer no debe medir ni más ni menos Pero, ¡qué talle y qué garbo! Casi, casi, me ha engatusado. ¡Arre, cochero! ROSITA. (Haciendo burla.) ¡Ya está! Me quedo con ella. ¡Qué caballero más feo y más mal educado!... Será un chiflado de esos que vienen del extranjero. (Por la reja cae un collar de perlas.) ¡Ay! ¿Qué es esto? ¡Dios mío, qué collar de perlas tan precioso! (Se lo cuelga y se mira en un espejito de mano.) Genoveva de Brabante tendría uno así cuando se ponía en la torre de su castillo a esperar a su esposo. ¡Y qué bien me sienta!... Pero, ¿de quién será? PADRE. (Entrando) ¡Hija mía, felicidad completa! ¡Acabo de concertar tu boda! ROSITA. ¡Cuánto te lo agradezco, y Cocoliche cuánto te lo agradecerá! Ahora mismo... PADRE.¡ Qué Cocoliche ni qué niño muerto! ¿Qué estás diciendo? Yo he dado tu mano a don Cristobita el de la porra, que acaba de pasar en su carroza por ahí. ROSITA. Pues no quiero, no quiero, ¡ea! Y lo que es mi mano, de ninguna manera me la quitas. Yo tenía mi novio... ¡Y tiró el collar! PADRE. Pues no hay más remedio. Ese hombre tiene mucho oro y a mí me conviene, porque si no, mañana tendríamos que pedir limosna. ROSITA. Pues pedimos. PADRE. Aquí mando yo, que soy el padre. Lo dicho, dicho, y cartuchera en el cañón. No hay que hablar más. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (6 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA. Es que yo... PADRE ¡Silencio ! ROSITA. Pues a mí... PADRE. ¡Chitón! (Se va.) ROSITA. ¡Ay, ay! ¡Digo!, dispone de mí y de mi mano, y no tengo más remedio que aguantarme porque lo manda la ley. (Llora.) También la ley podía haberse estado en su casa. Si al menos pudiera vender mi alma al diablo! (Gritando.) ¡Diablo, sal, diablo, sal! Que yo no quiero casarme con Cristobita. PADRE. (Entrando.) Qué voces son ésas? ¡A bordar y a callar! ¡Qué tiempos estos! ¿Van a mandar los hijos en los padres? Tú harás caso de todo, como hice yo caso de mi papá cuando me casó con tu mamá, que, dicho sea entre paréntesis, tenía una cara de luna, que ya, ya... ROSITA. Está bien. ¡Me callaré! PADRE. (Haciendo mutis.) ¡Habráse visto! ROSITA. Está bien. Entre el cura y el padre estamos las muchachas completamente fastidiadas. (Se sienta a bordar.) Todas las tardes, tres, cuatro, nos dice el párroco: ¡que vais a ir al infierno!, ¡que vais a morir achicharradas!, ¡peor que los perros!...; ¡pero yo digo que los perros se casan con quien quieren y lo pasan muy bien! ¡Cómo me gustaría ser perro! Porque si le hago caso a mi padre, cuatro, cinco, entro en un infierno, y si no, por no hacerle caso, luego voy al otro, al de arriba... También los curas podrían callarse y no hablar tanto..., porque... (Se limpia las lágrimas.) Si yo no me caso con Cocoliche, va a tener la culpa el cura. sí, el señor cura... al que, después de todo, no le importa nada esto. ¡Ay, ay, ay, ay...! CRISTOBITA. (Con su criado en la ventana.) Es una buen cosa. ¿Te gusta? CRIADO (Temblando.) Sí, señor. CRISTOBITA. La boca un poquitín grande, pero vaya canela en rama de cuerpo... Aún no he cerrado el trato... Me gustaría hablar con ella, pero no quiero que tome demasiada confianza. La confianza es la madre de todos los vicios. ¡No me digas que no! CRIADO. (Temblando.) Pero, ¡señor! CRISTOBITA. ¡No hay más que dos caminos a seguir con lo hombres: o no conocerlos..., o quitarlos de en medio! CRIADO. ¡Ay, Dios mío! CRISTOBITA. ¡Oye, que te gusta! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (7 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CRIADO. Todavía la merece mejor su merced. CRISTOBITA. Es una hembrita suculenta. ¡Y para mí solo! ¡Para mí solo! (Se va.) ROSITA. Esto es lo que me faltaba que ver. Yo me desespero. Yo me enveneno ahora mismo con mixtos o con sublimado corrosivo. (El reloj de pared se abre y aparece una Hora, vestida de amarillo con polisón.) HORA. (Con campana y con la boca.) ¡Tan! Rosita: ten paciencia, ¿qué vas a hacer? ¿Qué sabes tú el giro que van a tomar las cosas? Mientras que aquí hace sol, en otras partes llueve. ¿Qué sabes tú los vientos que van a venir mañana para hacer bailar la veleta de tu tejadillo? Yo, como vengo todos los días, te recordaré esto cuando sea vieja y hayas olvidado este momento. Deja que el agua corra y la estrella salga. ¡Rosita, ten paciencia! ¡Tan! La una (Se cierra.) ROSlTA. La una... ¡Pero maldita la gana que tengo de comer! VOZ (fuera) Por el aire van los suspiros de mi amante. ROSITA. Ya los veo entrar... los suspiros de mi amante. (El reloj se abre otra vez y aparece la Hora dormida. La campana suena sola.) ROSITA. (Llorosa.) Los suspiros de mi amante... Telón Cuadro segundo El teatrillo representa una plaza de un pueblo andaluz. A la derecha, la casa de la señá Rosita. Debe haber una enorme palmera y un banco. Aparece por la izquierda Cocoliche, rondando, con una guitarra entre las manos y envuelto en una capita verde oscura con agremanes negros. Va vestido con el traje popular de principios de siglo XIX, y tiene puesto con garbo el sombrerillo calañés. ESCENA PRIMERA http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (8 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita COCOLICHE. Rosita no sale. Tiene miedo a la luna. La luna es terrible para un enamorado de ocultis. (Silba.) El silbido ha tocado como una piedrecita de música en el cristal de su balcón. Ayer se puso un lazo en el pelo. Ella me dijo: Una cinta negra sobre mis cabellos es como una botana sobre la fruta. Ponte triste si me ves; lo negro bajará luego hasta los pies. Algo le pasa. (El balconcillo lleno de tiestos se ilumina con una dulce luz.) ROSITA (dentro) Con el vito, vito, vito, con el vito que me muero. COCOLICHE. (Acercándose.) ¿Por qué no salías? ROSITA. (En el balcón muy cursi y muy poética.) ¡Ay chiquillo mío! El viento morisco hace girar ahora todas las veletas de Andalucía. Dentro de cien años girarán lo mismo. COCOLICHE. ¿Qué quiere decir? ROSITA. Que mires a la izquierda y a la derecha del tiempo, que tu corazón aprenda a estar tranquilo. COCOLICHE. No te entiendo. ROSITA. Lo que voy a decirte lleva el aguijón duro. Por eso te preparo. (Pausa, en la que Rosita llora cómicamente, casi ahogada.) ¡No me puedo casar contigo! COCOLICHE.¡¡¡ Rosita!!! ROSITA. ¡Tú eres el acerico de mis ojos! ¡Pero no me puedo casar contigo! (Llora.) COCOLICHE. ¿Te metes a monja reparadora? ¿Te he hecho yo algo malo? ¡Ay, ay, ay! (Llora de una manera entre infantil y cómica.) ROSITA. Ya te enterarás. Ahora, adiós. COCOLICHE. (Gritando y pateando en el suelo.) Pero no, pero no, pero no. ROSITA. Adiós, mi padre me llama. (El balcón se cierra) ESCENA I I COCOLICHE. (Solo.) Me suenan los oídos como si estuviera en lo alto de una sierra. Estoy como si fuera de papel y me hubiera quemado con la llamita de mi corazón. Pero esto no puede ser; no, no, y no. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (9 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (Pateando en el suelo.) ¿Que no se quiere casar conmigo? Cuando le traje el guardapelo de la feria de Mairena, me pasó la mano por la cara. Cuando le regalé el chal de las rosas, me miró de una manera... y cuando le traje el abanico de nácar en el cual Pedro Romero abre su capote, me dio tantos besos como varillas tenía. Sí, señor, ¡tantos besos!... Mejor era que me hubiese partido un rayo por la mitad. ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! (Llora con excelente compás.) ESCENA III Por la izquierda entran varios jóvenes vestidos con trajes populares: uno de ellos trae guitarra y el otro pandero. Cantan. Mi amante siempre se baña en el río Guadalquivir, mi amante borda pañuelos con la seda carmesí. MOZO I . Es Cocoliche. MOZO 2 ¿Por qué lloras? Levántate y que se te importe poco que un pájaro en la arboleda se pase de un árbol a otro. COCOLICHE. ¡Dejadme! MOZO 3. Es imposible. Vente, que la pena se te pasará cuando te dé el viento del campo. MOZO I Vamos, vamos. (Se lo llevan. Voces y música.) (Queda la escena sola. La luna ilumina la ancha plaza. Se abre la puerta de la casa de doña Rosita y aparece el Padre de ésta vestido de gris, con una peluca color rosa y la cara del mismo color. Don Cristobita viene vestido de verde con un vientre enorme y una poca joroba. Lleva un collar, una pulsera de cascabeles y una porra, que le sirve de bastón.) CRISTOBITA. Conque cerramos el trato. ¿No es esto? PADRE Sí, señor... pero... CRISTOBITA. ¿Qué pero ni qué niño muerto? Cerramos trato. Yo le doy a usted los cien duros para desentrampase, y usted me da a su hija Rosita... y debe usted estar contento porque ella es... algo madurita. PADRE. Tiene dieciséis años. CRISTOBITA. He dicho que está madurita y lo está. PADRE. Sí... señor, lo está. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (10 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CRISTOBITA Pero, sin embargo, es una linda muchacha. ¡Que diantre! Un boccato di cardinali! PADRE (Muy serio) ¿Habla vuestra merced el italiano? CRISTOBITA. No; de niño estuve en Italia y en Francia, sirviendo a un tal don Pantalón... Pero, ¡a usted no le importa nada de esto! PADRE. No..., no, señor... No me importa nada. CRISTOBITA. De manera que mañana a la tarde quiero tener echadas las bendiciones. PADRE. (Aterrado.) Eso no puede ser, don Cristobita. CRISTOBITA. ¿Quién me dijo a mí que no? No sé cómo no le envío al barranquillo donde eché a tantos. Esta porra que ve aquí ha matado muchos hombres franceses, italianos, húngaros... Tengo la lista en mi casa. ¡Obedézcame!, no vaya a danzar con todos ellos. Hace tiempo que la porra no funciona y se me escapa de las manos. ¡Tenga cuidado ! PADRE. Sí... señor. CRISTOBITA. Diga usted: "Tendré cuidado". PADRE. Tendré cuidado. CRISTOBITA. Ahora, tome el dinero. Muy cara me cuesta la niña. ¡Muy cara! Pero, en fin, lo hecho, hecho está. Yo soy hombre que no se retracta jamás de lo que hace. PADRE. (Dios mío, ¡a quién le entrego yo mi hija!) CRISTOBITA. ¿Qué hablas?... Vamos a avisar al cura. PADRE. (Temblando.) Vamos. ROSITA . (Dentro) Con el vito, vito, vito, con el vito, que me muero; cada hora, niño mío, estoy más metida en fuego. CRISTOBITA. ¿Qué es eso? PADRE. Mi niña que canta... ¡Es una canción preciosa! CRISTOBITA. ¡Bah! Ya la enseñaré a que ponga la voz bronca, más natural!, y cante aquello de: La rana hace cuac, cuac, http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (11 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita cuac, cuac, cuarac. Telón Cuadro tercero Una taberna de pueblo. Al fondo, barriles y jarras azules en las blancas paredes. Un viejo cartel de toros y tres candiles. Noche. El tabernero está detrás del mostrador. Es un hombre en mangas de camisa, con el pelo tieso y la nariz chata. Se llama Espantanublos. A la derecha, un grupo de Contrabandistas clásicos, vestidos de terciopelo, (con barbas y trabucos, juegan y cantan. ESCENA PRIMERA CONTRABANDISTA 1 De Cádiz a Gibraltar ¡qué buen caminito! El mar conoce mi paso por los suspiros. Ay muchacha, muchacha, ¡cuánto barco en el puerto de Málaga! De Cádiz a Sevilla ¡cuántos limoncitos! El limonar me conoce por los suspiros. Ay muchacha, muchacha, ¡cuánto barco en el puerto de Málaga! CONTRABANDISTA 2 ¡Eh, tú! ¡Espantanublos! La dichosa cancioncilla me abre las ganas de beber. ¡Trae vino de Málaga! ESPANTANUBLOS. (Con pereza.) Ahora mismo. (Por la puerta central un Joven envuelto en una amplia capa azul. Lleva sombrerito plano. Expectación. Sigue y se sienta en una mesa de la izquierda sin descubrirse.) ESPANTANUBLOS. ¿Quiere su merced tomar algo? http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (12 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita JOVEN. ¡Ay! No. ESPANTANUBLOS. ¿Hace tiempo que llegó? JOVEN. ¡Ay! No. ESPANTANUBLOS. Parece que suspira. JOVEN. ¡Ay! ¡Ay! CONTRABANDISTA I. ¿Quién es? ESPANTANUBLOS. No he podido adivinarlo. CONTRABANDISTA 2 ¿Si será... ? CONTRABANDISTA I. Mejor será que nos vayamos. CONTRABANDISTA 2. Está la noche clarísima. CONTRABANDISTA I. Y las estrellas se caen sobre las casas. CONTRABANDISTA 2 Al amanecer daremos vista al mar. (Salen.) ESCENA II Queda el Joven solo. Apenas se le verá la cabecita. Toda la escena está iluminada por una penetrante luz azul. JOVEN. Encuentro el pueblo más blanco, mucho más blanco. Cuando lo vi desde la Sierra, me entró la luz por los ojos y me llegó hasta los pies. Los andaluces vamos a pintarnos con cal hasta las carnes. Pero tengo un temblorcillo dentro. ¡Dios mío! No he debido venir. ESPANTANUBLOS. Está que ni don Tancredo, pero yo... (En la calle se sienten guitarras y voces alegres. Saliendo.) ¿Que pasa? (Entra el grupo de Muchachos con Cocoliche a la cabeza.) COCOLICHE. (Borracho.) Espantanublos, danos vino hasta que se nos salga por los ojos. Serán muy bonitas nuestras lágrimas; lágrimas de topacio, de rubí... ¡Ay, muchachos, muchachos! MOZO I ¡Tan jovencillo! ¡Lo que nosotros no podemos permitir es que estés triste! TODOS. Eso es. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (13 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita COCOLICHE. ¡Ella me decía cosas tan delicadas!... Me decía: tienes los labios como dos fresas sin madurar, y... MOZO I (Interrumpiéndole.) Esa mujer es muy romántica. Por lo mismo, no tendría yo ninguna pena. Don Cristobita es un viejo gordo, borracho, dormilón, que muy en breve... TODOS. ¡Bravo! MOZO 2 Que muy en breve... (Risas.) ESPANTANUBLOS. Muchachos, muchachos. MOZO 2 Y ahora, a brindar. MOZO I Brindo por lo que brindo, porque tengo que brindar. Cocoliche: a las doce de la noche tendrás la puerta abierta, y todo lo demás. TODOS ¡Ole! (Tocan las guitarras.) MOZO 2 Yo brindo por doña Rosita. JOVEN. (Levantándose.) ¡Por doña Rosita! MOZO 2 ¡Y porque su futuro marido estalle como un fantoche! (Risas.) JOVEN. (Acercándose, pero embozado.) ¡Alto, señores! Yo soy forastero y quisiera enterarme de quién es esa Rosita por la que brindan con tanta alegría. COCOLICHE. ¿Tanto le interesa a usted, siendo forastero? JOVEN. Puede que sí. COCOLlCHE. Espantanublos, cierra la puerta, que a pesar de estar cerca el mes de mayo, este señor parece que tiene mucho frío. MOZO 2 Sobre todo en la cara. JOVEN. Yo me acerqué a preguntaros una cosa, y me respondéis por los cerros de Úbeda. Me parece que las bromas están sobrando. COCOLICHE. Y a usted, ¿qué le importa quién es esa mujer? JOVEN. Más de lo que usted cree. COCOLICHE. Pues bien: esa mujer es doña Rosita, la de la plaza, la mejor cantaora de Andalucía, mi... ¡sí!, ¡mi novia! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (14 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita MOZO 2 (Adelantándose.) Que se casa ahora con don Cristobita, y éste, pues... ¡Ya se lo puede figurar! TODOS. ¡Ole! ¡Ole! (Risas.) JOVEN. (Muy triste.) Perdonad. Me había interesado en la conversación porque yo tuve una novia que se llamaba también Rosita... MOZO 1 ¿Y ya no es novia vuestra? JOVEN. No. Ahora les gustan a las mujeres los chiquilicuatros. Buenas noches. (Inicia el mutis.) MOZO 2 Caballero, antes de marcharos yo quisiera que tomarais con nosotros un vaso de vino. (Se lo alarga.) JOVEN. (En la puerta, nervioso.) Muchas gracias, pero yo no bebo. Buenas noches, señores. (Aparte y marchándose.) No sé cómo me he podido contener. ESPANTANUBLOS. ¿Pero quién demonios es ese hombre y a qué ha venido aquí? MOZO 2 Eso mismo te digo yo a ti. ¿Quién es este embozado, esta máscara? MOZO I Eres un mal tabernero. COCOLICHE. Estoy preocupado, preocupado... ¡Este hombre! (Todos están inquietos; hablan en voz baja.) MOZO 2 (Desde la puerta.) Señores: don Cristobita viene a la taberna. COCOLICHE. Buena ocasión para partirle la cara. ESPANTANUBLOS. Yo no quiero grescas en mi casa. Así es que, ya mismo, os estáis largando. MOZO I Déjate de cuestiones, ¡Cocoliche! ¡Déjate de cuestiones! (Dos Mozos se llevan a Cocoliche y los otros dos se esconden detrás de los toneles. La escena queda en silencio.) CRI STOBITA. (En la puerta.) ¡Brrrrruuuuuum! ESPANTANUBLOS. (Aterrado.) Buenas noches. CRISTOBITA. Tendrás mucho vino, ¿verdad? ESPANTANUBLOS. De todos los que usted quiera. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (15 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CRISTOBITA. ¡Pues todos los quiero, todos! MOZO I (Desde un rincón.) ¡Cristobita! (Con voz aflautada.) CRISTOBITA. ¿Eh? ¿Quién habla? ESPANTANUBLOS. Será algún perrillo de esas huertas. CRISTOBITA. (Agarra la porra y canta.) Que esconda el rabo la zorra, porque le doy con la porra. ESPANTANUBLOS. (Turbado.) Hay vino dulce... vino blanco... vino... agrio, vino que vino... CRISTOBITA. ¿Y a bajo precio, eh? ¡Sois todos unos ladrones! Dilo tú: unos ladrones. ESPANTANUBLOS. (Temblando.) Unos ladrones. CRISTOBITA. Mañana me caso con la señá Rosita, y quiero que haya mucho vino para... bebérmelo yo. MOZO I (Desde un tonel.) Cristobita que bebe y duerme MOZO 2 (Desde otro tonel.) Que bebe y duerme! CRISTOBITA. ¡Brrrrrrr, br, br, br! ¿Es que tus toneles hablan, o es que me estás tomando el pelo? ESPANTANUBLOS. ¿Yo?, ¿yo?... CRISTOBITA. ¡Huele la porra! ¿A qué huele? ESPANTANUBLOS. Huele... pues... CRlSTOBITA ¡Dilo! ESPANTANUBLOS. ¡A sesos! CRISTOBITA. ¿Qué te habías creído? Y en cuanto a eso de que bebe y duerme, ya veremos quién bebe o duerme. (Furiosamente.) ESPANTANUBLOS. Pero don Cristóbal, pero don Cristóbal. MOZO 2 (Desde un tonel.) ¡Cristobita, barriguita ! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (16 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita MOZO I ¡Barriguita! CRISTOBITA. (Con la porra.) Te llegó tu hora. ¡Pillo, granula! ESPANTANUBLOS. ¡Ay don Cristobita de mis entrañitas! MOZO 2 ¡Barriguita! CRISTOBITA. ¿Pero a mí con esas? ¿Cuándo se vio? ¡Toma barriguita, toma barriguita, toma barriguita! (Salen los dos. Don Cristobita le da con la porra, y Espantanublos chilla como una rata. Los Mozos se ríen a carcajadas desde los toneles. Música.) Telón Cuadro cuarto La plaza de antes, pero mucho menos iluminada por la luna. La palmera amarilla se destaca sobre un cielo azul sin estrellas. Por la izquierda entran los Mozos embriagados, que traen a Cocoliche borracho. ESCENA PRIMERA MOZO I Malas pulgas tiene el tal don Cristobita. MOZO 2 Y qué porrazos le ha dado al pobre tabernero. MOZO I Oye, tú: ¿qué hacemos con éste? MOZO 2 Le dejaremos aquí; y descuida, que ya se despertará cuando le dé en la cara el sereno de la noche. (Se van.) ESCENA II http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (17 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita Se oye una flauta que se va acercando rápidamente y aparece el Mosquito. La luz crece. Viendo a Cocoliche dormido, se acerca a él y le toca la trompetilla en el oido. Cocoliche le da un manotazo y el Mosquito se retira. MOSQUITO. ¡Él no sabe lo que pasa, claro!, es una criatura... Pero lo cierto es que el corazón de la señá Rosita, un corazoncillo así de pequeñito, se le escapa. (Rie.) ¡El alma de doña Rosita es como uno de esos barquitos de nácar que venden en las ferias, barquitos de Valencia que llevan unas tijerillas y un dedal. Ahora, éste pondrá sobre la dura vela: "RECUERDO", y seguirá marchando, marchando... (Se va tocando la trompetilla, y la escena queda otra vez oscurecida.) ESCENA III Entran el Joven embozado y un Mozo del pueblo. JOVEN. Ahora me alegro de haber venido, pero tengo una rabia, que las palabras no me salen de la boca. ¿Dices que se casa? MOZO. Mañana mismo, con un tal don Cristobita, rico, dormilón, tan bruto, que hace pedazos su sombra... Pero y creo que ella te ha olvidado. JOVEN. No es posible; me quería tanto hace... MOZO Cinco años. JOVEN. Tienes razón. MOZO. ¿Por qué la dejaste? JOVEN. No sé. Aquí me cansaba demasiado. Ya voy al Puerto, ya vengo del Puerto... ¡Si vieras! Yo me creía que por el mundo estaban siempre repicando las campanas y que en los caminos había blancos paradores, con rubias muchachas remangadas hasta los codos. No hay nada de esto! ¡Es muy aburrido! MOZO. ¿Y qué piensas hacer? JOVEN. Quiero verla. MOZO. Eso es imposible. Tú no conoces a don Cristobita. JOVEN. Pues quiero verla, cueste lo que cueste. (Por la derecha entra Cansa-Almas.) MOZO Ah! Éste nos puede servir; es Cansa-Almas, el zapatero. (En alta voz.) ¡Cansa-Almas! CANSA-ALMAS. Qué... qué... qué... http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (18 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita MOZO. Mira: tú vas a ser muy útil a este caballero. CANSA-ALMAS. ¿A quién...? ¿A... quién? JOVEN. (Descubriéndose.) Mírame. CANSA-ALMAS. ¡Currito! JOVEN. Sí, Currito el del Puerto. CANSA-ALMAS. (Dándole con la mano en el vientre.) ¡Puñeterillo! ¡Qué gordo te has puesto! MOZO ¿Es verdad que vas mañana a poner los zapatos de novia a la señá Rosita? CANSA-ALMAS. Sí... sí... sí. MOZO Pues es menester que te sustituya éste. CANSA-ALMAS. No, no, yo no quiero líos. CURRITO. ¡Si vieras cómo te lo pagaría!... Anda, por tus hijos, te pido que me dejes ir. MOZO Además te pagará bien. Trae dinero. CURRITO . Acuérdate, Cansa-Almas... (Haciendo como que llora.) de lo que mi padre te quería. CANSA-ALMAS. ¡Calla! Qué le vamos a hacer. ¡Te dejaré ir! Yo me quedaré en casa... Y era verdad... (Sacando un gran pañuelo de hierbas.) Tu padre, efectivamente, me quería muchísimo, muchísimo. CURRITO. (Abrazándole.) ¡Gracias, muchas gracias! CANSA-ALMAS. ¿Vas a seguir vendiendo naranjas? ¡Oh! ¡Qué pregón más precioso echabas!: Naranjitas, naranjaaaaas... (Se van.) (La luna va invadiendo la escena y una música de guitarra corre por el aire.) COCOLICHE. (Entre sueños.) Cristobita te pegará, ¡amor mío! Cristobita tiene una panza verde y una joroba verde. Por las noches no te dejará dormir con sus resoplidos. ¡Y yo que te hubiera dado tantos besitos! ¡Qué tristeza cuando te vi con el lazo en el pelo... Lo negro bajará hasta los pies! (La melodía del Vito invade la escena. Por la izquierda sale una aparición de lo que sueña Cocoliche. Es doña Rosita, vestida de azul oscuro, con una corona de nardos sobre la cabeza y un puñal de plata en la mano.) ESPECTRO DE DOÑA ROSITA. (Cantando.) Con el vito, vito, vito, http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (19 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita con el vito, vito, claro... Cada hora, niño mío, de ti me voy alejando. (La palmera amarilla se llena de lucecitas de plata, y todo adquiere un teatralisimo tinte azulado.) COCOLlCHE. ¡Virgen del Espino! (Se levanta, pero en ese momento todo desaparece.) Me he despertado. No cabe duda que me he despertado. Era ella vestida de luto. Me parece que la tengo ante mis ojos..., y esa música... (Ahora, en el balcón, sale la verdadera voz de Rosita, que canta desvelada.) ROSITA Con el vito, vito, vito, con el Vito, que me muero... Cada hora, niño mío, estoy más metida en fuego. COCOLICHE. ¡Esta es la primera vez que lloro de verdad! Lo aseguro. ¡La primera vez! Telón Cuadro quinto La escena representa una calle andaluza, con las casas blancas. En la primera casa hay una zapatería; en la segunda, una barbería, con el espejo y el sillón al aire libre. Más allá, un gran portón con este letrero: PARA TODOS LOS DESENGAÑADOS DEL MUNDO. Sobre la puerta, un gran corazón de gran tamaño atravesado por siete espadas. Es la mañana. En su zapatería está Cansa-Almas sentado en su banco, cosiendo una bota de montar y, esperando junto al silloncillo, Figaro, vestido de verde, con redecilla negra y tufos, afilando una navaja con un largo suavizador. ESCENA PRIMERA FÍGARO. Hoy espero la gran visita. CANSA-ALMAS. ¿Qué vi-? ¿Qué vi-? (Una flauta dentro de la escena termina la frase.) FÍGARO Don Cristobita viene; don Cristobita, el de la porra. http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (20 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CANSA-ALMAS. ¿No te pare-? ¿No te pare-? (El flautín termina la frase) FIGARO. ¡Sí, sí! ¡Claro! (Rie.) UN GRANUJA. Zapatero, tero, tero, mete la lezna por el agujero! FÍGARO. ¡Ah! ¡Gran picarillo! ¡Picarillo! (Sale corriendo detrás.) (Por el otro lado entra Currito, el del Puerto. Viene como siempre, embozado; al llegar al centro de la escena choca con Figaro, que vuelve muy de prisa del lado opuesto.) CURRITO. Si me ensartas con la navaja, te saco los ojos. FÍGARO ¡Perdón, musiú! ¿Se va usted a afeitar? Mi barbería... (El pito continúa, y Figaro hace elogios de su talento accionando.) CURRITO. ¡Vete a la porra! FÍGARO. (Remeda el pregón de Curro.) ¡Naranjitas, naranjaaaaaaas! (Silba.) CURRITO. (Llega a la zapatería.) Cansa-Almas: dame las botitas y el cajoncillo. CANSA-ALMAS. Pero... pero... pero... (Tiembla.) CURRITO . (Furioso.) ¡Dámelo, te he dicho! CANSA-ALMAS. Toma... toma... FÍGARO. (Saltando.) A tira y afloja perdí mi dedal... A tira y afloja lo volví a encontrar. CURRITO. (Acaricia unas botitas de color de rosa.) ¡Oh, botitas de doña Rosita! ¡Quién las tuviera con sus piernecitas! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (21 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CANSA-ALMAS. ¡Y dejadme a mí! ¡Ay! ¡Dejadme a mí! (Sigue metiendo la lezna.) CURRITO. (Entusiasmado con sus botas.) Son como dos vasitos de vino, como dos acericos de monja, como dos suspirillos. FÍGARO. Algo pasa. ¡Indudablemente, algo pasa! El pueblo huele a novedades. ¡Ah, lo nuevo! Pero ya vendrá a mi barbería. CURRITO. (Yéndose, con las botas en la mano.) ¿Es posible que no seas mía, Rosita? (Besa las botas.) Son como dos lágrimas de la luna de la tarde, como dos torrecillas del país de los enanitos... como dos... (Beso fuerte.) como dos... (Se va.) ESCENA II FIGARO. Ya me enteraré de lo que pasa. Las noticias llegan al mundo después de haber pasado por el clasificador de la barbería. Las barberías son las encrucijadas de las noticias. Esta navaja que ven ustedes rompe el cascarón de los secretos. Los barberos tenemos más olfato que los perros de presa; tenemos el olfato de las palabras oscuras y los gestos misteriosos. ¡Claro! Somos los alcaldes de las cabezas, los jardineros de las cabezas, y a fuerza de abrir caminitos entre los bosques del cabello nos enteramos cómo piensan por dentro. Qué bonitas historias podría contar de los feos durmientes de las barberías! CRISTOBITA. (Entrando.) ¡Quiero afeitarme ahora mismo, sí, señor, ahora mismo, porque me voy a casar! ¡Brrrr! Y no convido a nadie, porque sois unos ladrones todos. (Cansa-Almas cierra su puerta y asoma la cabeza por el ventanillo.) FÍGARO. Son. CRISTOBITA. (Alargando la porra.) ¡Sois! FIGARO Son (Muy afirmativo) las diez. (Se guarda el reloj) CRISTOBITA. Las diez o las once, quiero afeitarme ahora mismo. CANSA-ALMAS. ¡Qué malillo es! CRISTOBITA. (Pegando con la porra en la cabeza de Cansa mas.) ¡Tunda que tunda! (Cansa-Almas esconde la testa chillando como una rata.) CRISTOBITA. ¡Vamos! (Se sienta.) http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (22 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita FÍGARO ¡Qué hermosísima cabeza tiene usted! ¡Pero qué magnífica! Un ejemplar. CRI STOBITA . ¡Empieza ! FÍGARO. (Trabajando.) ¡Tran, lará, lará! CRISTOBITA. ¡Como me cortes, te abro en canal. ¡Pero que en canal he dicho, y es en canal! FÍGARO. ¡Excelencia, admirable! Yo estoy encantado. ¡Tran, larán, larán! (La puerta de la posada se abre, y aparece una jovencita vestida de amarillo, con una rosa carmesí en el pelo. Un viejo mendigo con una acordeón toma asiento dentro de la posada.) JOVENCITA. (Cantando y tocando los palillos.) Tengo los ojos puestos en un muchacho, delgado de cintura, moreno y alto. A la flor, a la pitiflor, a la verde oliva... A los rayos del sol se peina la niña. TODOS A la flor... etc. JOVENCITA En los olivaritos, niña, te espero, con un jarro de vino y un pan casero. TODOS A la flor... etc. FÍGARO. (Mirando a la muchacha.) ¡A la flor, pero que a la flor! ¡Ja, ja, ja! Cansa-Almas, ¡sal pronto! (La muchacha queda mirando, extrañadísima, a Cristobita, dormido.) CRISTOBITA. (Roncando.) Brrrrr, brrrrr... CANSA-ALMAS. (Con miedo.) No, no quiero salir. (Con la cabeza asomada al ventanillo.) FÍGARO. ¡Esto es admirable! Ya me lo figuraba yo. ¡Pero qué cosa más estupenda! Don Cristobita tiene http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (23 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita la cabeza de madera. ¡De madera de chopo! ¡Ja, ja, ja! (La Niña se acerca más.) Y mirad, mirad cuánta pintura... ¡cuánta pintura! Ja, ja, ja! CANSA-ALMAS. (Que sale.) Se va a despertar. FÍGARO. En la frente tiene dos nudos. Por aquí, sudará la resina. ¡Ésta era la novedad! ¡La gran novedad! CRISTOBITA. (Removiéndose.) Aligera... brrrrr... aligera... FÍGARO. ¡Excelencia! Sí, sí... JOVENCITA. Tengo los ojos puestos en un muchacho, delgado de cintura, moreno y alto. A la flor, a la pitiflor, a la verde oliva, a los rayos del sol se peina la niña. TODOS. (Alrededor de Cristobita dormido, y pianísimo para éste no lo oiga, pero llenos de guasa.) A la flor... etc. (Por la ventana de la posada asoma una maja con lunares, que abre y cierra un abanico.) Telón Cuadro sexto Casa de doña Rosita. En los rincones del frente, dos grandes armarios con celosías claras en la parte superior. En el techo, un velón. Las paredes tienen un ligerísimo tono de azúcar rosado. Sobre la puerta, un retrato de santa Rosa de Lima, bajo un arco de limones. Doña Rosita aparece vestida de rosa. Gran traje d novia lleno de volantes y complicadísimas bandas. Sobre el escote, un collar de azabache. ESCENA PRIMERA http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (24 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA. ¡Todo se ha perdido! Todo! Voy al suplicio como fue Marianita Pineda. Ella tuvo una gargantilla de hierro en sus bodas con la muerte, y yo tendré un collar... un collar de don Cristobita. (Llora y canta.) Estando una pájara pinta sentadita en el verde limón... (Se atraganta) con el pico movía la hoja, con la cola movía la flor. ¡Ay! ¡Ay! ¿Cuándo veré a mi amor? (Fuera se oye cantar) Rosita, por verte la punta del pie, si a mí me dejaran veríamos a ver. ROSITA. ¡Oh santa Rosa mía! ¿Qué voz es ésta? CURRlTO. (Embozado, aparece súbitamente en la puerta.) ¿Se puede pasar? ROSITA. (Asustada.) ¿Quién sois? CURRITO. Un hombre entre los hombres. ROSITA. Pero... ¿tenéis cara? CURRITO. Muy conocida por esos ojitos. ROS ITA . Esa voz... CURRITO. (Abriendo su capa.) ¡Mírame! ROSITA. (Aterrada.) ¡Currito! CURRITO. Sí. Currito. El que se fue por el mundo y vuelve a casarse contigo. ROSITA. ¡No, no! ¡Ay Dios mío, vete! Yo estoy comprometida, y además, no te quiero; tú me has dejado antes. Ahora quiero a Cristobita. ¡Vete, vete! CURRITO. ¡No me iré! ¿Para qué he venido? http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (25 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA ¡Ay, qué desgraciada soy! Tengo un relojito y tengo un espejo de plata, ¡pero qué desgraciada soy! CURRITO. Vente conmigo. Te veo y me vuelvo loquito de celos. ROSITA ¡Quieres perderme, infame! CURRITO. (Acercándose para abrazarla.) ¡Rosita mía! ROSITA ¡Viene gente! ¡Vete, bandido! ¡Tempranillo! EL PADRE. (Entrando.) ¿Qué pasa? CURRITO. Venía a probarle los zapatos de boda a la señá Rosita, porque Cansa-Almas no puede venir. Son preciosos. Como para las princesas de la Corte. PADRE. ¡Probádselos! (Doña Rosita se sienta en una silla. Currito se arrodilla ante sus pies, y el Padre lee un periódico .) CURRITO. ¡Oh piernecita de azucena! ROSITA. (En voz baja.) ¡Canalla! CURRITO. (Alto.) Súbase un poco las faldas. ROSITA. Ya está. (Currito le pone una bota.) CURRITO . ¿A ver otro poquito... ? ROSITA. Ya hay bastante, zapaterillo. CURRITO. ¡Otro poquito! PADRE. (Desde su silla.) Sé bien mandada, niña: otro poquito. ROSITA. ¡Ay! CURRITO. ¡Otro poquito más! (Queda contemplando la pierna de doña Rosita.) ¡Otro poquito más! PADRE. Me voy. Las botas son muy lindas... Y cerraré de camino esta puerta. Hace algún fresquillo. (Se va y llega a la puerta central.) Trabajillo me ha costado. Estaba enmohecida. CURRITO . ¡Oh, qué lindo pie tiene su mercé! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (26 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ¡Oh, qué lindo, qué lindo pie! ROSITA. (Levantándose.) ¡Mal hombre, perro judío!... CURRITO. Rosa. Rosita de mayo. ROSITA. (Dando pianísimos chillidos.) ¡Ay, ay, ay! (Corre por la escena.) ¡Don Cristobita viene! ¡Salid corriendo por aquí! (Se encuentran la puerta cerrada.) ¿Pero cómo ha cerrado mi padre esta puerta? CURRITO. (Temblando.) La verdad es que... ROSITA. ¡Ya siento sus pasos por la escalerilla! Iluminadme, santa Rosa. (Mientras, Currito prueba a abrir la puerta.) ¡Ah!... Ven aquí. (Abre el armario de la esquina derecha, y allí lo encierra.) ¡Ya está!... Creí que me moría. CRISTOBITA. (Fuera.) ¡Brrrrrrrrrr! ROSITA. (Cantando y medio llorando.) Estando la pájara pinta sentadita en el verde limón... Ay, ay, cuándo veré a mi amor! (Se atraganta) ESCENA II CRISTOBITA . (En la puerta.) A carne humana me huele aquí. Como no me la des, te como a ti. ROSITA. ¡Qué cosas tienes, Cristobita! CRISTOBITA. ¡No quiero que hables con nadie! ¡Con nadie! ¡Ya te lo he dicho! (¡Ay, qué apetitosa está! ¡Qué par de jamoncitos tiene!) ROSITA. Yo, Cristobita... CRISTOBITA. Vamos a casarnos en seguida... ¡Y, oye!, tú ¿no me has visto matar a nadie con la porra? http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (27 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ¿No?... Pues ya me verás. Hago ¡pun!, ¡pun!, ¡pun!... y al barranquillo. ROSITA Sí; es muy bonito. MONAGUILLO. (Por la ventana.) Que dice el señor cura cuando quieran, que vayan. CRISTOBITA. ¡Ya vamos! ¡Ole, ole, ya vamos! (Coge una botella y baila mientras bebe.) ROSITA. Entonces... Me pondré el velo... CRISTOBITA. Yo también me voy a poner un gran sombrero y a colgar cintas a la porra... Ahora vengo. (Se va bailando.) CURRITO. (Asomando por la celosía del armario.) Ábreme. (Rosita se dirige al armario, cuando entra Cocoliche por la ventana dando un gran salto.) ROSITA. ¡Ay! (Sé dirige a él y cae en sus brazos.) ¡A nadie más que a ti quiero en el mundo! (Cocoliche la coge en sus brazos) COCOLICHE ¡Chiquilla! CURRITO (Desde el armario) ¡Ya me lo figuraba yo! Eres una mala mujer. COCOLICHE ¿Qué es esto? ROSITA. ¡Yo me vuelvo loca! COCOLICHE. ¿Qué haces en tu ratonera? Sal al aire libre donde están los hombres. (Golpea el armario.) ROSITA. ¡Tened piedad de mí! COCOLICHE. ¿Tener piedad de ti? Oh miserable mujerzuela CURRITO. Quisiera estrangularos a los dos. COCOLICHE. ¡Sal pronto! ¡Rompe las puertas! Cobarde! ROSITA. ¡Que viene Cristobita! ¡Piedad, que viene Cristobita ! CURRITO. ¡Abreeeeeeee! COCOLICHE. ¡Que venga! Así verá cómo su novia se entien de con el amante. ROSITA. Yo te lo explicaré, amor mío. ¡Huye! CRISTOBITA. (Fuera.) ¡Rosita... chiquitita!... http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (28 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA. No hay tiempo. ¡Aquí! (Abre el otro armario y esconde a Cocoliche; después se echa un velo rosa en la cabeza.) ¡Me muero! (Hace como que canta.) CRISTOBITA. (Entrando.) ¿Qué ruido era ése? ROSITA. Son... los invitados que esperan en la puerta. CRISTOBITA. ¡No quiero invitados! ROSITA. ¡Pero... si los hay! CRISTOBITA. Pues si los hay, que se vayan. ¡Que se vayan! (Aparte.) Y ya me enteraré del ruido. (Alto.) Vamos, Rosita. ¿Eh? ¡Oh, qué apetitosa está! (Se abre la puerta central y aparecen los invitados de la boda; traen unos grandes arcos con rosas de papel de colores, por los que pasan don Cristobita y Rosita.) INVITADO I. ¡Vivan los novios! TODOS. ¡Vivan! (Música.) (Queda la escena sola) ESCENA III (Por las celosías asoman las cabecitas de Currito y Cocoliche. CURRITO¡ Yo voy a estallar! COCOLICHE. ¿Conque tú eres el amante de esa mujer? ¡Ya nos veremos las caras! CURRITO. Cuando tú quieras, ¡chisgarabís! COCOLICHE Si este armario no fuese de hierro... CURRITO ¡Ja! COCOLICHE ¡De buena gana te quitaba la nariz de un bocado! (Fuera se oye un: ¡Vivan los novios! ¡Vivan!.) Ya van a casarse... ¡ya me olvida para siempre! (Llora.) CURRITO. (Declamatorio.) He venido al pueblo para aprender cómo se puede olvidar. COCOLICHE. Ya no me dirá: Carita de fruta... ni yo le diré: Carita de almendra... http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (29 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CURRITO. Me iré para siempre, ¡para siempre! COCOLICHE. ¡Ay, ay, ay! CURRITO ¡Ingrata, ingrata, ingrata! (Fuera suenan las campanas de la iglesia, cohetes y música.) COCOLICHE. ¡Yo no podré vivir! CURRITO ¡Jamás miraré a otra mujer! (Los dos muñecos lloran.) MOSQUITO. (Entra por la izquierda.) No hay que llorar, amiguitos, no hay que llorar. La tierra tiene caminitos blancos, caminitos lisos, caminitos tontos... Pero, muchachos, ¿por qué ese derroche de perlas? No sois príncipes. Después de todo..., la luna no está en menguante, ni el aire va, ni el aire viene... (Toca la trompetilla y se va.) Ni va, ni viene. Ni viene, ni va... (Cocoliche y Currito dan un fuerte suspiro y quedan mirándose.) (La puerta central se abre de repente y aparece el cortejo de bodas. Don Cristóbal y la señá Rosita se despiden en la puerta y cierran. Música y campaneo lejano.) CRISTOBITA ¡Ay, Rosita de mi corazón! ¡Ay, Rosita! ROSITA Ahora me matará con la porra. CRISTOBITA ¿Estás mala? ¡Parece que suspiras! Pero es de lo que te gusto. Ya soy viejo y entiendo las cosas. ¡Mira qué traje tengo! ¡Y qué botas! ¡Larán, larán! ¡Ah! Traigan dulces y vino... Mucho vino! (Entra un criado con unas botellas. Cristobita coge una y empieza a beber.) ¡Ay, Rosita bonita! ¡Chiquitita, almendrita! ¿Verdad que soy hermosísimo? ¡Te daré un beso! Toma, toma... (La besa. En este momento Cocoliche y Currito se asoman a sus celosías y dan un grito de rabia.) ¿Qué es eso? ¿Pero es que esta casa tiene miedo? (Coge la porra.) ROSITA. ¡No, no, Cristóbal! Son las carcomas, son los niños en la calle... CRISTOBITA. (Soltando la porra.) Mucho ruidillo hacen, ¡caramba! ¡Mucho ruidillo hacen! ROSITA. (Aterrada y fingiendo.) ¿Cuándo me vas a contar las historias que me prometiste? CRISTOBITA. ¡Ja, ja, ja! Son muy bonitas, tan bonitas como esa carilla de amapola. (Bebe.) Es la historia de Don Tancredo, montado en su pedestal. ¿Sabes? ¡Joooo! Y la historia de Don Juan Tenorio, primo de Don Tancredo y primo mío. Sí, señor. ¡Primo mío! Di tú: ¡Primo mío! ROSITA. ¡Primo tuyo! CRISTOBITA ¡Rosa! ¡Rosa! ¡Dime algo! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (30 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita ROSITA Te quiero, Cristobita. CRISTOBITA. ¡Ole, ole! (La besa. De los armarios sale otro grito.) ¡Esto se acabó, se acabó y se requeteacabó! ¡Brrrrrrrr! ROSITA. ¡Ay! No, no te pongas así. CRISTOBITA. (Con la porra.) ¡Que salga quien sea! ROSITA. Mira: no te pongas así. ¡Un pájaro ha pasado ahora mismo por la ventana, con unas alas... así de grandes! CRISTOBITA. (Remedándola.) ¡Así de grandes! ¡Así de grandes! ¿Pero yo estoy ciego? ROSITA. ¡No me quieres!... (Llora.) CRISTOBITA. (Enternecido.) ¿Te creo... o no te creo? (Suelta la porra.) ROSITA (Cursi.) ¡Qué noche tan clarita vive sobre los tejados! En esta hora, los niños cuentan las estrellas, y los viajeros se duermen sobre sus cabalgaduras. (Cristobita se sienta, pone los pies sobre la mesa y empieza a beber.) CRISTOBITA. Me gustaría ser todo de vino y beberme yo mismo. ¡Jooo! Y mi barriga un pastel, un gran pastel rosado, con ciruelas y batatas... (Los muñecos se asoman a sus armarios y suspiran.) ¿Quién suspira ? ROSITA Yo... Soy yo, acordándome de cuando era niña. CRISTOBITA. Cuando yo era niño, me dieron un pastel más grande que la luna y me lo comí yo solo. ¡Jooo! Yo solo. ROSITA. (Romántica.) La sierra de Córdoba tiene sombras bajo sus olivares, sombras aplastadas, sombras muertas que nunca se van. ¡Oh, quién estuviera bajo sus raíces! La sierra de Granada tiene pies de luz y peinado de nieve. ¡Oh, quién estuviera bajo sus manantiales! Sevilla no tiene sierras. CRISTOBITA. No tiene sierras, no... ROSITA. Largos caminos color naranja. ¡Oh, quién se perdiera por ellos! (Cristobita, oyéndola, como quien oye a un violinista, se ha quedado dormido, con una botella en la mano.) ESCENA IV http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (31 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CURRITO. (Muy bajito.) ¡Abre! COCOLICHE. ¡No me abras! Quiero morir aquí. ROSITA. Callad, ¡por Dios! Entra el mosquito y empieza a tocar la trompetilla de Cristóbal. Éste le da manotazos) CURRITO Me iré donde no me verás nunca. ROSITA. Yo jamás te amé. Eres un hombre errante. COCOLICHE. ¡Qué oigo! ROSITA. A ti solo, ¡amor mío! COCOLICHE. ¡Ay, pero ya estás casada! CRISTOBITA. ¡Brrrrrr... Pícaros mosquitos! ¡Pícaros mosquitos! ROSITA. Santa Rosa: ¡que no se despierte! (Se dirige a un armario y, con gran cuidado, lo abre.) (Toda esta escena será rapidísima y en voz baja.) CURRITO. (Saliendo del armario.) ¡Adiós para siempre, ingrata! Mi pena es que jamás te olvidaré. (En este momento el Mosquito da un fuerte trompetazo en la cabeza a Cristóbal y éste se despierta.) CRISTOBITA. ¡Ah! ¡Qué! ¡Qué! ¡Imposible! ¡Brrrrrrrrrrr! CURRITO. (Sacando un puñal.) ¡Calma, señor mío, calma! CRISTOBITA. Te mato, te trituro, te machaco los huesos. ¡Ya me las pagarás, señá ¡Rosita, mala mujer! ¡Con cien duros que me has costado! ¡Brrr...! ¡Pin! ¡Pin! ¡Pan! ¡Me ahoga la rabia! ¡Pun! ¡Pan! ¿Qué hacías aquí? CURRITO. (Temblando.) Lo... que me da la gana. CRISTOBITA. ¡Ahrrrrrrrr! ¿Conque lo que te da la gana? ¡Pero hombre! ¡Toma gana! ¡Toma gana! Toma gana. (Currito acomete a Cristóbal con su puñal, pero éste queda clavado en el pecho del dormilón de una manera rara. Rosita, durante esta escena, ha estado abriendo la puerta del foro, y en este momento ha conseguido abrirla, y huye Currito, perseguido por Cristóbal, que le va diciendo:) ¡Toma gana! ¡Toma gana! (Rosita da unos chillidos agudísimos o se ríe de una manera histérica. En todo este momento los http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (32 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita personajes estarán ayudados por varios pitos de una orquestilla.) ESCENA V COCOLICHE. ¡Ábreme, que yo le mataré cuando venga! ROSITA. ¿Te abro? (Va a abrirle.) ¡No te abro! ¡Ay! COCOLICHE. Rosita: déjame que lo estrangule. ROSITA. ¿Te abro? (Va a abrirle.) ¡No te abro! Ahora viene, y nos matará. COCOLICHE. ¡Así moriremos juntos! ROSITA. ¿Te abro?... ¡Ay, sí!... ¡Te abro! (Le abre.) ¡Corazoncillo mío! ¡Arbolito de mi jardín! COCOLICHE (Abrazándola.) ¡Clavel disciplinado! ¡Manojito de canela! (Empieza un idilio estilo dúo de ópera.) ROSITA Vete a tu casa; ahora, yo moriré. COCOLICHE. Es imposible, Rosita entre las flores. En aquella estrella te haré un columpio y un balcón de plata. Desde allí veremos cómo tiembla el mundo vestido por la luna. ROSITA. (Olvidándolo todo y en plena felicidad.) ¡Qué romántico eres, primor mío! Creo que soy una flor, y me deshojo sobre tus manos. COCOLICHE. Cada día me vas pareciendo más rosada; cada día parece que te arrancas un velo, y surges desnuda. ROSITA. (Poniendo la cabecita sobre el pecho de su novio.) En tu pecho han levantado el vuelo miles de pájaros; amor mío, cuando te miro me parece que estoy ante una fuentecilla. (Fuera se oye la voz de Cristobita, y Rosita sale de su éxtasis.) ¡Huye! CRISTOBITA. (Aparece en la puerta y queda estupefacto.) ¡Ahrrrrrrrr! ¡Tienes los amantes a pares! ¡Prepararse para el barranquillo! ¡Pin! ¡Pan! ¡Brrr! (Cocoliche y Rosita se besan desesperadamente, delante de Cristóbal.) ¡Imposible! ¡Yo, que he matado trescientos ingleses, trescientos costantinoplos! ¡Os acordaréis de mí! ¡Ay! ¡Ay! (La porra se le cae de la mano, y se siente un gran estrépito de muelles.) ¡Ay mi barriguita! ¡Ay mi barriguita! ¡Por vuestra culpa me he roto. me he muerto! ¡Ay, que me muero! ¡Ay, que llamen al curita! ¡Ay! ROSITA. (Chillando agudísimamente y corriendo por la escena, arrastrando su larga cola.) ¡Papáaaaaa! ¡Papáaaaaaa! http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (33 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita CRISTOBITA. ¡Ahrrrrrrr! Pun! ¡Me acabé! (Queda panza arriba con las manos por alto y luego cae sobre las candilejas) ROSITA. ¡Ha muerto! ¡Ay Dios mío, qué compromiso tan grande! COCOLICHE. (Acercándose con miedo.) Oye: ¡no tiene sangre! ROSITA. ¿Que no tiene sangre? COCOLICHE. ¡Mira! ¡Mira lo que le sale por el ombliguillo! ROSITA. ¡Qué miedo! COCOLICHE. ¿Sabes una cosa? ROSITA. ¿Qué? COCOLICHE. (Enfático.) ¡Cristobita no era una persona! ROSITA. ¿Qué?... ¡Que no me lo digas siquiera! ¡Qué sofocación más grande! De qué manera, ¿que no era una persona? PADRE. (Entrando.) ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? (Entran varios muñecos) COCOLICHE ¡Mirad! PADRE ¡Ha estallado! (La puerta central se abre y aparecen Muñequitos con antorchas; llevan capas rojas y sombreros negros. Delante viene el Mosquito con una banderita blanca y tocando la trompeta. Traen un ataúd enorme, en el que hay pintados pimientos y rábanos en vez de estrellas. Los Curas vienen cantando. Marcha fúnebre de pitos.) UN CURA Un momento. Un hombre muerto. TODOS Se acabó, se acabó, Cristobalón. UN CURA Cantemos o no cantemos, http://tinet.fut.es/~picl/libros/glorca/gl003200.htm (34 of 35) [21/01/2002 2:08:48] Los títeres de Cachiporra. Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita cinco duros ganaremos. (Al coger a Cristobita, éste suena de una manera graciosa, como un fagot. Todos se retiran, y doña Rosita llora. Vuelven otra vez y suena menos, hasta que sus suspiros son de flautín, y lo echan en la caja. El cortejo da la vuelta a la escena, entre los lamentos de la música.) COCOLICHE. Ahora siento mi pecho lleno de cascabeles, lleno de corazoncillos. Parezco un campo de flores. ROSITA. Para ti serán mis lágrimas y mis besitos, ¡que eres un clavel. MOSQUITO. (Saliendo con la comitiva.) Vamos a enterrar al gran ganapán, Cristobita borracho que no volverá. Ran, rataplán, rataplán, rataplán. Rataplán! (Cocoliche y Rosita quedan abrazados. Sinfonía.) Telón http:/

lunes, 23 de septiembre de 2013

Los encuentros de un carcacol aventurero

A Ramón P. Roda. Hay dulzura infantil en la mañana quieta. Los árboles extienden sus brazos a la tierra. Un vaho tembloroso cubre las sementeras, y las arañas tienden sus caminos de seda -rayas al cristal limpio del aire.- En la alameda un manantial recita su canto entre las hierbas. Y el caracol, pacífico burgués de la vereda, ignorado y humilde, el paisáje contempla.. La divina quietud de la Naturaleza le dio valor y fe, y olvidando las penas de su hogar, deseó ver el fin de la senda. Echó a andar a internóse en un bosque de yedras y de ortigas. En medio había dos ranas viejas que tomaban el sol, aburridas y enfermas. Esos cantos modernos, murmuraba una de ellas, son inútiles. Todos, amiga, le contesta la otra rana, que estaba herida y casi ciega: cuando joven creía que si al fin Dios oyera nuestro canto, tendría compasión. Y mi ciencia, pues ya he vivido mucho, hace que no lo crea, yo ya no canto más... Las dos ranas se quejan pidiendo una limosna a una ranita nueva que pasa presumida apartando las hierbas. Ante el bosque sombrío el caracol se aterra. Quiere gritar. No puede. Las rams se le acercan. ¿Es una mariposa?, dice la casi ciega. Tiene dos cuernecitos, la otra rana contesta. Es el caracol. ¿Vienes, caracol, de otras tierras? Vengo de mi casa y quiero volverme muy pronto a ella. Es un bicho muy cobarde, exclama la rana ciega. ¿No cantas nunca? No canto, dice el caracol. ¿Ni rezas? Tampoco: nunca aprendí. ¿Ni crees en la vida eterna? ¿Qué es eso? Pues vivir siempre en el agua más serena, junto a una tierra florida que a un rico manjar sustenta. Cuando niño a mí me dijo, un día, mi pobre abuela que al morirme yo me iría sobre las hojas más tiernas de los árboles más altos. Una hereje era tu abuela. La verdad te la decimos nosotras. Creerás en ella, dicen las ranas furiosas. ¿Por qué quise ver la senda? gime el caracol. Sí creo por siempre en la vida eterna que predicáis... Las ranas, muy pensativas, se alejan, y el caracol, asustado, se va perdiendo en la selva. Las dos ranas mendigas como esfinges se quedan. Una de ellas pregunta: ¿Crees tú en la vida eterna? Yo no, dice muy triste la rana herida y ciega. ¿Por qué hemos dicho, entonces, al caracol que crea? Porque... No sé por qué, dice la rana ciega. Me lleno de emoción al sentir la firmeza con que llaman mis hijos a Dios desde la acequia... E1 pobre caracol vuelve atrás. Ya en la senda un silencio ondulado mana de la alameda. Con un grupo de hormigas encarnadas se encuentra. Van muy alborotadas, arrastrando tras ellas a otra hormiga que tiene tronchadas las antenas. El caracol exclama: hormiguitas, paciencia. ¿Por qué así maltratáis a vuestra compañera? Contadme lo que ha hecho. Yo juzgaré en conciencia. Cuéntalo tú, hormiguita. La hormiga medio muerta, dice muy tristemente: yo he visto las estrellas. ¿Qué son estrellas?, dicen las hormigas inquietas. Y el caracol pregunta pensativo: ¿estrellas? Sí, repite la hormiga, he visto las estrellas. Subí al árbol más alto que tiene la alameda y vi miles de ojos dentro de mis tinieblas. E1 caracol pregunta: ¿pero qué son estrellas? Son luces que llevamos sobre nuestra cabeza. Nosotras no las vemos, las hormigas comentan. Y el caracol: mi vista sólo alcanza a las hierbas. Las hormigas exclaman moviendo sus antenas: te mataremos, eres perezosa y perversa. El trabajo es tu ley. Yo he visto a las estrellas, dice la hormiga herida. Y el caracol sentencia: dejadla que se vaya, seguid vuestras faenas. Es fácil que muy pronto ya rendida se muera. Por el aire dulzón ha cruzado una abeja. La hormiga agonizando huele la tarde inmensa y dice: es la que viene a llevarme a una estrella. Las demás hormiguitas huyen al verla muerta. E1 caracol suspira y aturdido se aleja lleno de confusión por lo eterno. La senda no tiene fin, exclama. Acaso a las estrellas se llegue por aquí. Pero mi gran torpeza me impedirá llegar. No hay que pensar en ellas. Todo estaba brumoso de sol débil y niebla. Campanarios lejanos llaman gente a la iglesia. Y el caracol, pacífico burgués de la vereda, aturdido a inquieto el paisaje contempla.

Veleta

Viento del Sur, moreno, ardiente, llegas sobre mi carne, tiayéndome semilla de brillantes miradas, empapado de azahares. Pones roja la luna y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes ¡demasiado tarde! ¡ya he enrollado la noche de mi cuento en el estante! Sin ningún viento, ¡hazme caso! gira, corazón; gira, corazón. Aire del Norte, ¡oso blanco del viento! llegas sobre mi carne tembloroso de auroras boreales, con tu capa de espectros capitanes, y riyéndote a gritos del Dante, ¡oh pulidor de estrellas! pero vienes demasiado tarde. Mi almario está musgoso y he perdido la llave. Sin ningún viento, ¡hazme caso! gira, corazón; gira, corazón. Brisas, gnomos y vientos de ninguna parte. Mosquitos de la rosa de pétalos pirámides. Alisios destetados entre los rudos árboles, flautas en la tormenta, ¡dejadme! tiene recias cadenas mi recuerdo, y está cautiva el ave que dibuja con trinos la tarde. Las cosas que se van no vuelven nunca todo el mundo lo sabe, y entre el claro gentío de los vientos es inútil quejarse. , ¿Verdad, chopo, maestro de la brisa? ¡es inútil quejarse! Sin ningún viento, ¡hazme caso! gira, corazón; gira, corazón.

jueves, 19 de septiembre de 2013

YERMA obra completa

YERMA Poema trágico en tres actos y seis cuadros Personajes Yerma Lavandera tercera Hembra Juan María Lavandera cuarta Cuñada primera Víctor Vieja pagana Lavandera quinta Cuñada segunda Macho Dolores Lavandera sexta Mujer primera Hombre primero Lavandera primera Muchacha primera Mujer segunda Hombre segundo Lavandera segunda Muchacha segunda Niños Hombre tercero Acto primero CUADRO PRIMERO Al levantarse el telón está Yerma dormida con un tabanque de costura a los pies. La escena tiene una extraña luz de sueño. Un Pastor sale de puntillas, mirando fijamente a Yerma. Lleva de la mano a un niño vestido de blanco. Suena el reloj. Cuando sale el pastor, la luz azul se cambia por una alegre luz de mañana de primavera. Yerma se despierta. CANTO Voz (dentro) A la nana, nana, nana, a la nanita le haremos una chocita en el campo y en ella nos meteremos. YERMA.Juan. ¿Me oyes? Juan. JUAN Voy. YERMA Ya es la hora. JUAN ¿Pasaron las yuntas? YERMA Ya pasaron todas. JUAN Hasta luego. (Va a salir.) YERMA ¿No tomas un vaso de leche? JUAN ¿Para qué? YERMA Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos. JUAN Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes, como el acero. YERMA Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras, y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés. JUAN ¿Has acabado? YERMA. (Levantándose.) No lo tomes a mal. Si yo estuviera enferma me gustaría que tú me cuidases. «Mi mujer está enferma: voy a matar este cordero para hacerle un buen guiso de carne. Mi mujer está enferma: voy a guardar esta enjundia de gallina para aliviar su pecho; voy a llevarle esta piel de oveja para guardar sus pies de la nieve.» Así soy yo. Por eso te cuido. JUAN. Y yo te lo agradezco. YERMA. Pero no te dejas cuidar. JUAN. Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo mucho. Cada año seré más viejo. YERMA. Cada año... Tú y yo seguiremos aquí cada año... JUAN(Sonriente.) Naturalmente. Y bien sosegados. Las cosa de la labor van bien, no tenemos hijos que gasten. YERMA. No tenemos hijos... ¡Juan! JUAN. Dime. YERMA. ¿Es que yo no te quiero a ti? JUAN. Me quieres. YERMA. Yo conozco muchachas que han temblado y lloraron antes de entrar en la cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de holanda? ¿Y no te dije: «¡Cómo huelen a manzana estas ropas!? JUAN. ¡Eso dijiste! YERMA. Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se casó con más alegría. Y sin embargo... JUAN. Calla. YERMA. Callo. Y sin embargo... JUAN. Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento... YERMA. No. No me repitas lo que dicen. Yo veo por mis ojos que eso no puede ser... A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos, que las gentes dicen que no sirven para nada. Los jaramagos no sirven para nada, pero yo bien los veo mover sus flores amarillas en el aire. JUAN. ¡Hay que esperar! YERMA. ¡Sí, queriendo! (Yerma abraza y besa al Marido, tomando ella la iniciativa.) JUAN. Si necesitas algo me lo dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas. YERMA. Nunca salgo. JUAN. Estás mejor aquí. YERMA. Sí. JUAN. La calle es para la gente desocupada. YERMA. (Sombría.) Claro. (El Marido sale y Yerma se dirige a la costura, se pasa la mano por el vientre, alza los brazos en un hermoso bostezo y se sienta a coser.) ¿De dónde vienes, amor, mi niño? «De la cresta del duro frío.» (Enhebra la aguja) ¿Qué necesitas, amor, mi niño? «La tibia tela de tu vestido.» ¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor! (Como si hablara con un niño.) En el patio ladra el perro, en los árboles canta el viento. Los bueyes mugen al boyero y la luna me riza los cabellos. ¿Qué pides, niño, desde tan lejos? (Pausa) «Los blancos montes que hay en tu pecho.» ¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor! (Cosiendo) Te diré, niño mío, que sí. Tronchada y rota soy para ti. ¡Cómo me duele esta cintura donde tendrás primera cuna! ¿Cuándo, mi niño, vas a venir? (Pausa) «Cuando tu carne huela a jazmín. ¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor! (Yerma queda cantando. Por la puerta entra María, que viene con un lío de ropa.) YERMA¿De dónde vienes? MARÍA. De la tienda. YERMA. ¿De la tienda tan temprano? MARÍA. Por mi gusto hubiera esperado en la puerta a que abrieran. ¿Y a que no sabes lo que he comprado? YERMA. Habrás comprado café para el desayuno, azúcar, los panes. MARÍA. No. He comprado encajes, tres varas de hilo, cintas y lana de color para hacer madroños. El dinero lo tenía mi marido y me lo ha dado él mismo. YERMA. Te vas a hacer una blusa. MARÍA. No, es porque... ¿sabes? YERMA. ¿Qué? MARÍA. Porque ¡ya ha llegado! (Queda con la cabeza baja.) (Yerma se levanta y queda mirándola con admiración.) YERMA. ¡A los cinco meses! MARÍA. Sí. YERMA. ¿Te has dado cuenta de ello? MARÍA. Naturalmente. YERMA. (Con curiosidad.)¿Y qué sientes? MARÍA. No sé. (Pausa.) Angustia. YERMA. Angustia. (Agarrada a ella.) Pero... ¿cuándo llegó? Dime... Tú estabas descuidada... MARÍA. Sí, descuidada... YERMA. Estarías cantando, ¿verdad? Yo canto. ¿Tú?..., dime MARÍA. No me preguntes. ¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano? YERMA. Sí. MARÍA. Pues lo mismo... pero por dentro de la sangre. YERMA. ¡Qué hermosura! (La mira extraviada.) MARÍA. Estoy aturdida. No sé nada. YERMA. ¿De qué? MARÍA. De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre. YERMA. ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvidado estas cosas. No andes mucho y cuando respires respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes. MARÍA. Oye, dicen que más adelante te empuja suavemente con las piernecitas. YERMA. Y entonces es cuando se le quiere más, cuando se dice ya ¡mi hijo! MARÍA. En medio de todo tengo vergüenza. YERMA. ¿Qué ha dicho tu marido? MARÍA. Nada. YERMA. ¿Te quiere mucho? MARÍA. No me lo dice, pero se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes. YERMA. ¿Sabía él que tú...? MARÍA. Sí. YERMA. ¿Y por qué lo sabía? MARÍA. No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja. YERMA. ¡Dichosa! MARÍA. Pero tú estás más enterada de esto que yo. YERMA. ¿De qué me sirve? MARÍA. ¡Es verdad! ¿Por qué será eso? De todas las novias de tu tiempo tú eres la única... YERMA. Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años, y otras antiguas, del tiempo de mi madre, mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma aquí. Muchas veces salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala. MARÍA. ¡Pero ven acá, criatura! Hablas como si fueras una vieja. ¡Qué digo! Nadie puede quejarse de estas cosas. Una hermana de mi madre lo tuvo a los catorce años, ¡y si vieras qué hermosura de niño! YERMA. (Con ansiedad.) ¿Qué hacía? MARÍA. Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras cantando a la vez, y nos orinaba y nos tiraba de las trenzas y, cuando tuvo cuatro meses, nos llenaba la cara de arañazos. YERMA. (Riendo.) Pero esas cosas no duelen. MARÍA. Te diré... YERMA. ¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la salud. MARÍA Dicen que con los hijos se sufre mucho. YERMA. Mentira. Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí. MARÍA. No sé lo que tengo. YERMA. Siempre oí decir que las primerizas tienen susto. MARÍA. (Tímida.) Veremos... Como tú coses tan bien... YERMA. (Cogiendo el lío.) Trae. Te cortaré los trajecitos. ¿Y esto? MARÍA. Son los pañales. YERMA. Bien. (Se sienta.) MARÍA. Entonces... Hasta luego. (Se acerca y Yerma le coge amorosamente el vientre con las manos.) YERMA. No corras por las piedras de la calle. MARÍA. Adiós. (La besa. Sale.) YERMA. ¡Vuelve pronto! (Yerma queda en la misma actitud que al principio. Coge las tijeras y empieza a cortar. Sale Víctor.) Adiós, Víctor. VÍCTOR. (Es profundo y lleno de firme gravedad.) ¿Y Juan? YERMA. En el campo. VÍCTOR. ¿Qué coses? YERMA. Corto unos pañales. VÍCTOR. (Sonriente.) ¡Vamos! YERMA. (Ríe.) Los voy a rodear de encajes. VÍCTOR. Si es niña le pondrás tu nombre. YERMA. (Temblando.) ¿Cómo?... VÍCTOR. Me alegro por ti. YERMA. (Casi ahogada.) No..., no son para mí. Son para el hijo de María VÍCTOR Bueno, pues a ver si con el ejemplo te animas. En esta casa hace falta un niño. YERMA . (Con angustia.) Hace falta. VÍCTOR Pues adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera? Yo me voy con las ovejas. Le dices a Juan que recoja las dos que me compró. Y en cuanto a lo otro..., ¡que ahonde! (Se va sonriente.) YERMA. (Con pasión.) Eso; ¡que ahonde! (Yerma, que en actitud pensativa se levanta y acude al sitio donde ha estado Viacute;ctor y respira fuertemente como si aspirara aire de montaña, después va al otro lado de la habitación, como buscando algo, y de allí vuelve a sentarse y coge otra vez la costura. Comienza a coser y queda con los ojos fijos en un punto.) TELÓN. Acto primero CUADRO SEGUNDO Campo. Sale YERMA. Trae una cesta. Sale la Vieja 1 YERMA. Buenos días. VIEJA. Buenos los tenga la hermosa muchacha. ¿Dónde vas? YERMA. Vengo de llevar la comida a mi esposo, que trabaja en los olivos. VIEJA. ¿Llevas mucho tiempo de casada? YERMA. Tres años. VIEJA. ¿Tienes hijos? YERMA. No. VIEJA. ¡Bah! ¡Ya tendrás! YERMA. (Con ansia.) ¿Usted lo cree? VIEJA. ¿Por qué no? (Se sienta.) También yo vengo de traer la comida a mi esposo. Es viejo. Todavía trabaja. Tengo nueve hijos como nueve soles, pero, como ninguno es hembra, aquí me tienes a mí de un lado para otro. YERMA. Usted vive al otro lado del río. VIEJA. Sí. En los molinos. ¿De qué familia eres tú? YERMA. Yo soy hija de Enrique el pastor. VIEJA. ¡Ah! Enrique el pastor. Lo conocí. Buena gente. Levantarse, sudar, comer unos panes y morirse. Ni mas juego, ni más nada. Las ferias para otros. Criaturas de silencio. Pude haberme casado con un tío tuyo. Pero ¡ca! Yo he sido una mujer de faldas en el aire, he ido flechada a la tajada de melón, a la fiesta, a la torta de azúcar. Muchas veces me he asomado de madrugada a la puerta creyendo oír música de bandurria que iba, que venía, pero era el aire. (Ríe.) Te vas a reír de mí. He tenido dos maridos, catorce hijos, seis murieron, y sin embargo no estoy triste y quisiera vivir mucho mas. Es lo que digo yo: las higueras, ¡cuánto duran!; las casas, ¡cuánto duran!; y sólo nosotras, las endemoniadas mujeres, nos hacemos polvo por cualquier cosa. YERMA. Yo quisiera hacerle una pregunta. VIEJA. ¿A ver? (La mira.) Ya sé lo que me vas a decir. De estas cosas no se puede decir palabra. (Se levanta.) YERMA. (Deteniéndola.) ¿Por qué no? Me ha dado confianza el oírla hablar. Hace tiempo estoy deseando tener conversación con mujer Vieja. Porque yo quiero enterarme. Sí. Usted me dirá... VIEJA. ¿Qué? YERMA. (Bajando la voz.) Lo que usted sabe. ¿Por qué estoy yo seca ? ¿Me he de quedar en plena vida para cuidar aves o poner cortinitas planchadas en mi ventanillo? No. Usted me ha de decir lo que tengo que hacer, que yo haré lo que sea; aunque me mande clavarme agujas en el sitio más débil de mis ojos. VIEJA. ¿Yo? Yo no sé nada. Yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar. Los hijos llegan como el agua. ¡Ay! ¿Quién puede decir que este cuerpo que tienes no es hermoso? Pisas, y al fondo de la calle relincha el caballo. ¡Ay! Déjame, muchacha, no me hagas hablar. Pienso muchas ideas que no quiero decir. YERMA. ¿Por qué? Con mi marido no hablo de otra cosa. VIEJA. Oye. ¿A ti te gusta tu marido? YERMA . ¿Cómo? VIEJA. ¿Qué si lo quieres? ¿Si deseas estar con él?... YERMA. No sé. VIEJA. ¿No tiemblas cuando se acerca a ti? ¿No te da así como un sueño cuando acerca sus labios? Dime. YERMA. No. No lo he sentido nunca. VIEJA. ¿Nunca? ¿Ni cuando has bailado? YERMA. (Recordando.) Quizá... Una vez... Víctor... VIEJA. Sigue . YERMA. Me cogió de la cintura y no pude decirle nada porque no podía hablar. Otra vez, el mismo Víctor, teniendo yo catorce años (él era un zagalón), me cogió en sus brazos para saltar una acequia y me entró un temblor que me sonaron los dientes. Pero es que yo he sido vergonzosa. VIEJA. ¿Y con tu marido?... YERMA. Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté. Con alegría. Ésta es la pura verdad. Pues el primer día que me puse novia con él ya pensé... en los hijos... Y me miraba en sus ojos. Sí, pero era para verme muy chica, muy manejable, como si yo misma fuera hija mía. VIEJA. Todo lo contrario que yo. Quizá por eso no hayas parido a tiempo. Los hombres tienen que gustar, muchacha. Han de deshacernos las trenzas y darnos de beber agua en su misma boca. Así corre el mundo. YERMA. El tuyo, que el mío, no. Yo pienso muchas cosas, muchas, y estoy segura que las cosas que pienso las ha de realizar mi hijo. Yo me entregué a mi marido por él, y me sigo entregando para ver si llega, pero nunca por divertirme. VIEJA. ¡Y resulta que estás vacía! YERMA. No, vacía no, porque me estoy llenando de odio. Dime, ¿tengo yo la culpa? ¿Es preciso buscar en el hombre el hombre nada más? Entonces, ¿qué vas a pensar cuando te deja en la cama con los ojos tristes mirando al techo y da media vuelta y se duerme? ¿He de quedarme pensando en él o en lo que puede salir relumbrando de mi pecho? Yo no sé, pero dímelo tú, por caridad. (Se arrodilla.) VIEJA. ¡Ay qué flor abierta! ¡Qué criatura tan hermosa eres! Déjame. No me hagas hablar más. No quiero hablarte más. Son asuntos de honra y yo no quemo la honra de nadie. Tú sabrás. De todos modos, debías ser menos inocente. YERMA. (Triste.) Las muchachas que se crían en el campo, como yo, tienen cerradas todas las puertas. Todo se vuelven medias palabras, gestos, porque todas estas cosas dicen que no se pueden saber. Y tú también, tú también te callas y te vas con aire de doctora, sabiéndolo todo, pero negándolo a la que se muere de sed. VIEJA. A otra mujer serena yo le hablaría. A ti, no. Soy vieja y se lo que digo. YERMA. Entonces, que Dios me ampare. VIEJA. Dios, no. A mí no me ha gustado nunca Dios. ¿Cuándo os vais a dar cuenta de que no existe? Son los hombres los que te tienen que amparar. YERMA. Pero ¿por qué me dices eso?, ¿por qué? VIEJA (Yéndose.) Aunque debía haber Dios, aunque fuera pequeñito, para que mandara rayos contra los hombres de simiente podrida que encharcan la alegría de los campos. YERMA. No sé lo que me quieres decir. VIEJA. (Sigue.) Bueno, yo me entiendo. No pases tristeza. Espera en firme. Eres muy joven todavía. ¿Qué quieres que haga yo? (Se va.) (Aparecen dos Muchachas.) MUCHACHA I. Por todas partes nos vamos encontrando gente. YERMA. Con las faenas, los hombres están en los olivos, hay que traerles de comer. No quedan en las casas más que los ancianos. MUCHACHA 2. ¿Tú regresas al pueblo? YERMA. Hacia allá voy. MUCHACHA I Yo llevo mucha prisa. Me dejé al niño dormido y no hay nadie en casa. YERMA. Pues aligera, mujer. Los niños no se pueden dejar solos. ¿Hay cerdos en tu casa? MUCHACHA I No. Pero tienes razón. Voy deprisa. YERMA. Anda. Así pasan las cosas. Seguramente lo has dejado encerrado. MUCHACHA I. Es natural. YERMA. Sí, pero es que no os dais cuenta lo que es un niño pequeño. La causa que nos parece más inofensiva puede acabar con él. Una agujita, un sorbo de agua. MUCHACHA I Tienes razón. Voy corriendo. Es que no me doy bien cuenta de las cosas. YERMA. Anda. MUCHACHA 2. Si tuvieras cuatro o cinco, no hablarías así. YERMA. ¿Por qué? Aunque tuviera cuarenta MUCHACHA 2. De todos modos, tú y yo, con no tenerlos, vivimos más tranquilas. YERMA. Yo, no. MUCHACHA 2 Yo, sí. ¡Qué afán! En cambio mi madre no hace mas que darme yerbajos para que los tenga y en octubre iremos al Santo que dicen que los da a la que lo pide con ansia. Mi madre pedirá. Yo, no. YERMA. ¿Por qué te has casado? MUCHACHA 2. Porque me han casado. Se casan todas. Si seguimos así, no va a haber solteras más que las niñas. Bueno, y además..., una se casa en realidad mucho antes de ir a la iglesia. Pero las viejas se empeñan en todas estas cosas. Yo tengo diecinueve años y no me gusta guisar, ni lavar. Bueno, pues todo el día he de estar haciendo lo que no me gusta. ¿Y para qué? ¿Qué necesidad tiene mi marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos de novios que ahora. Tonterías de los viejos. YERMA. Calla, no digas esas cosas. MUCHACHA 2. También tú me dirás loca. «¡La loca, la loca!» (Ríe.) Yo te puedo decir lo único que he aprendido en la vida: toda la gente está metida dentro de sus casas haciendo lo que no les gusta. Cuánto mejor se está en medio de la calle. Ya voy al arroyo, ya subo a tocar las campanas, ya me tomo un refresco de anís. YERMA. Eres una niña. MUCHACHA 2. Claro pero no estoy loca. (Ríe.) YERMA. ¿Tu madre vive en la parte más alta del pueblo? MUCHACHA 2. Sí. YERMA. ¿En la última casa? MUCHACHA 2 Sí. YERMA. ¿Cómo se llama? MUCHACHA 2 Dolores. ¿Por qué preguntas? YERMA. Por nada. MUCHACHA 2 Por algo preguntarás. YERMA. No sé..., es un decir... MUCHACHA 2 Allá tú... Mira, me voy a dar la comida a mi marido. (Ríe.) Es lo que hay que ver. ¡Qué lástima no poder decir mi novio! ¿Verdad? (Se va riendo alegremente) ¡Adiós! VOZ DE VÍCTOR. (Cantando) ¿Por qué duermes solo, pastor? ¿Por qué duermes solo, pastor? En mi colcha de lana dormirías mejor. ¿Por qué duermes solo, pastor? YERMA (Escuchando) ¿Por qué duermes solo, pastor? En mi colcha de lana dormirías mejor. Tu colcha de oscura piedra, pastor, y tu camisa de escarcha, pastor, juncos grises del invierno en la noche de tu cama. Los robles ponen agujas, pastor, debajo de tu almohada, pastor, y si oyes voz de mujer es la rota voz del agua. Pastor, pastor. ¿Qué quiere el monte de ti, pastor? Monte de hierbas amargas, ¿qué niño te está matando? ¡La espina de la retama! (Va a salir y se tropieza con Víctor, que entra.) VÍCTOR. (Alegre.) ¿Dónde va lo hermoso? YERMA . ¿Cantabas tú ? VÍCTOR. Yo. YERMA. ¡Qué bien! Nunca te había sentido. VÍCTOR. ¿No? YERMA. Y qué voz tan pujante. Parece un chorro de agua que te llena toda la boca. VÍCTOR. Soy alegre. YERMA. Es verdad. VÍCTOR. Como tú triste. YERMA. No soy triste. Es que tengo motivos para estarlo. VÍCTOR. Y tu marido más triste que tú. YERMA. Él sí. Tiene un carácter seco. VÍCTOR. Siempre fue igual. (Pausa. Yerma está sentada.) ¿Viniste a traer la comida? YERMA. Sí. (Lo mira. Pausa.) ¿Qué tienes aquí? (Señala la cara.) VÍCTOR. ¿Dónde? YERMA. (Se levanta y se acerca a Víctor.) Aquí... en la mejilla. Como una quemadura. VÍCTOR. No es nada. YERMA. Me había parecido. (Pausa) VÍCTOR. Debe ser el sol... YERMA. Quizá... (Pausa. El silencio se acentúa y sin el menor gesto comienza una lucha entre los dos personajes.) (Temblando.) ¿Oyes? VÍCTOR. ¿Qué? YERMA. ¿No sientes llorar? VÍCTOR. (Escuchando.) No. YERMA. Me había parecido que lloraba un niño. VÍCTOR. ¿Sí? YERMA. Muy cerca. Y lloraba como ahogado. VÍCTOR. Por aquí hay siempre muchos niños que vienen a robar fruta. YERMA. No. Es la voz de un niño pequeño. (Pausa) VÍCTOR. No oigo nada. YERMA. Serán ilusiones mías. (Lo mira fijamente, y Víctor la mira también y desvía la mirada lentamente, como con miedo.) (Sale Juan) JUAN ¿Qué haces todavía aquí? YERMA. Hablaba. VÍCTOR. Salud. (Sale.) JUAN. Debías estar en casa. YERMA. Me entretuve. JUAN. No comprendo en qué te has entretenido. YERMA. Oí cantar los pájaros. JUAN. Está bien. Así darás que hablar a las gentes. YERMA. (Fuerte.) Juan, ¿qué piensas? JUAN. No lo digo por ti, lo digo por las gentes. YERMA. ¡Puñalada que le den a las gentes! JUAN. No maldigas. Está feo en una mujer. YERMA. Ojalá fuera yo una mujer. JUAN. Vamos a dejarnos de conversación. Vete a la casa. (Pausa) YERMA. Está bien. ¿Te espero? JUAN. No. Estaré toda la noche regando. Viene poca agua, es mía hasta la salida del sol y tengo que defenderla de los ladrones. Te acuestas y te duermes. YERMA. (Dramática.) ¡Me dormiré! (Sale.) TELÓN. Acto segundo CUADRO PRIMERO Torrente donde lavan las mujeres del pueblo. Las Lavanderas están situadas en varios planos. Cantan: En el arroyo frío lavo tu cinta. Como un jazmín caliente tienes la risa. LAVANDERA I. A mí no me gusta hablar. LAVANDERA 3. Pero aquí se habla. LAVANDERA 4.Y no hay mal en ello. LAVANDERA 5. La que quiera honra que la gane. LAVANDERA 4. Yo planté un tomillo, yo lo vi crecer. El que quiera honra, que se porte bien. (Ríen.) LAVANDERA 5 Así se habla. LAVANDERA I. Pero es que nunca se sabe nada. LAVANDERA 4. Lo cierto es que el marido se ha llevado vivir con ellos a sus dos hermanas. LAVANDERA 5. ¿Las solteras? LAVANDERA 4. Sí. Estaban encargadas de cuidar la iglesia y ahora cuidarán de su cuñada. Yo no podría vivir con ellas LAVANDERA I. ¿Por qué? LAVANDERA 4. Porque dan miedo. Son como esas hojas grandes que nacen de pronto sobre los sepulcros. Están untadas con cera. Son metidas hacia adentro. Se me figura que guisan su comida con el aceite de las lámparas. LAVANDERA 3. ¿Y están ya en la casa? LAVANDERA 4. Desde ayer. El marido sale otra vez a sus tierras. LAVANDERA I. ¿Pero se puede saber lo que ha ocurrido? LAVANDERA 5. Anteanoche, ella la pasó sentada en el tranco, a pesar del frío. LAVANDERA I. Pero, ¿por qué? LAVANDERA 4. Le cuesta trabajo estar en su casa. LAVANDERA 5. Estas machorras son así: cuando podían estar haciendo encajes o confituras de manzanas, les gusta subirse al tejado y andar descalzas por esos ríos. LAVANDERA I. ¿Quién eres tú para decir estas cosas? Ella no tiene hijos, pero no es por culpa suya. LAVANDERA 4. Tiene hijos la que quiere tenerlos. Es que las regalonas, las flojas, las endulzadas, no son a propósito para llevar el vientre arrugado. (Ríen) LAVANDERA 3. Y se echan polvos de blancura y colorete y se prenden ramos de adelfa en busca de otro que no es su marido. LAVANDERA 5. ¡No hay otra verdad! LAVANDERA I. Pero ¿vosotras la habéis visto con otro? LAVANDERA 4. Nosotras no, pero las gentes sí. LAVANDERA I. ¡Siempre las gentes! LAVANDERA 5. Dicen que en dos ocasiones. LAVANDERA 2. ¿Y qué hacían? LAVANDERA 4. Hablaban. LAVANDERA I. Hablar no es pecado. LAVANDERA 4. Hay una cosa en el mundo que es la mirada. Mi madre lo decía. No es lo mismo una mujer mirando a unas rosas que una mujer mirando a los muslos de un hombre. Ella lo mira. LAVANDERA I. ¿Pero a quién? LAVANDERA 4. A uno. ¿Lo oyes? Entérate tú. ¿Quieres que lo diga más alto?(Risas.) Y cuando no lo mira, porque está sola, porque no lo tiene delante, lo lleva retratado en los ojos. LAVANDERA 1. ¡Eso es mentira! LAVANDERA 5. ¿Y el marido? LAVANDERA 3. El marido está como sordo. Parado como un lagarto puesto al sol. (Ríen) LAVANDERA I. Todo esto se arreglaría si tuvieran criaturas. LAVANDERA 2. Todo esto son cuestiones de gente que no tiene conformidad con su sino. LAVANDERA 4. Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería. Pues, cuando más relumbra la vivienda, más arde por dentro. LAVANDERA I. Él tiene la culpa, él. Cuando un padre no da hijos debe cuidar de su mujer. LAVANDERA 4. La culpa es de ella, que tiene por lengua un pedernal. LAVANDERA I. ¿Qué demonio se te ha metido entre los cabellos para que hables así? LAVANDERA 4.¿Y quién ha dado licencia a tu boca para que me des consejos? LAVANDERA 5 ¡Callar! (Risas.) LAVANDERA I. Con una aguja de hacer calceta ensartaría yo las lenguas murmuradoras. LAVANDERA 5. ¡Calla! LAVANDERA 4. Y yo la tapa del pecho de las fingidas. LAVANDERA 5. Silencio. ¿No ves que por ahí vienen las cuñadas? (Murmullos. Entran las dos cuñadas de Yerma. Van vestidas de luto. Se ponen a lavar en medio de un silencio. Se oyen esquilas.) LAVANDERA I. ¿Se van ya los zagales? LAVANDERA 3. Sí, ahora salen todos los rebaños. LAVANDERA 4. (Aspirando.) Me gusta el olor de las ovejas. LAVANDERA 3. ¿Sí? LAVANDERA 4. ¿Y por qué no? Olor de lo que una tiene. Cómo me gusta el olor del fango rojo que trae el río por el invierno. LAVANDERA 3. Caprichos. LAVANDERA 5. (Mirando.) Van juntos todos los rebaños. LAVANDERA 4. Es una inundación de lana. Arramblan con todo. Si los trigos verdes tuvieran cabeza, temblarían de verlos venir. LAVANDERA 3. ¡Mira como corren! ¡Qué manada de enemigos! LAVANDERA I. Ya salieron todos, no falta uno. LAVANDERA 4. A ver... No... sí, sí falta uno. LAVANDERA 5. ¿Cuál?... LAVANDERA 4 El de Víctor. (Las dos cuñadas se yerguen y miran) (Cantando entre dientes) En el arroyo frío lavo tu cinta. Como un jazmín caliente tienes la risa. Quiero vivir en la nevada chica de ese jazmín. LAVANDERA I. ¡Ay de la casada seca! ¡Ay de la que tiene los pechos de arena! LAVANDERA 5 Dime si tu marido guarda semillas para que el agua cante por tu camisa. LAVANDERA 4. Es tu camisa nave de plata y viento por las orillas. LAVANDERA 3. Las ropas de mi niño vengo a lavar, para que tome al agua lecciones de cristal. LAVANDERA 2 Por el monte ya llega mi marido a comer. Él me trae una rosa y yo le doy tres. LAVANDERA 5. Por el llano ya vino mi marido a cenar. Las brasas que me entrega cubro con arrayán. LAVANDERA 4 Por el aire ya viene mi marido a dormir. Yo alhelíes rojos y él rojo alhelí. LAVANDERA 3 Hay que juntar flor con flor cuando el verano seca la sangre al segador. LAVANDERA 4. Y abrir el vientre a pájaros sin sueño cuando a la puerta llama tembloroso el invierno. LAVANDERA 1 Hay que gemir en la sábana. LAVANDERA 4. ¡Y hay que cantar! LAVANDERA 5. Cuando el hombre nos trae la corona y el pan. LAVANDERA 4. Porque los brazos se enlazan. LAVANDERA 5. Porque la luz se nos quiebra en la garganta. LAVANDERA 4. Porque se endulza el tallo de las ramas. LAVANDERA 5. Y las tiendas del viento cubran a las montañas. LAVANDERA 6. (Apareciendo en lo alto del torrente.) Para que un niño funda yertos vidrios del alba. LAVANDERA 4. Y nuestro cuerpo tiene ramas furiosas de coral. LAVANDERA 5. Para que haya remeros en las aguas del mar. LAVANDERA I. Un niño pequeño, un niño. LAVANDERA 2 Y las palomas abren las alas y el pico. LAVANDERA 3. Un niño que gime, un hijo. LAVANDERA 4. Y los hombres avanzan como ciervos heridos. LAVANDERA 5 . ¡Alegría, alegría, alegría del vientre redondo bajo la camisa! LAVANDERA 2 ¡Alegría, alegría, alegría, ombligo, cáliz tierno de maravilla! LAVANDERA I . ¡Pero ay de la casada seca! ¡Ay de la que tiene los pechos de arena! LAVANDERA 4. ¡Que relumbre! LAVANDERA 5. ¡Que corra! LAVANDERA 4. ¡Que vuelva a relumbrar! LAVANDERA 3 ¡Que cante! LAVANDERA 2. ¡Que se esconda! LAVANDERA 3 Y que vuelva a cantar. LAVANDERA 6. La aurora que mi niño lleva en el delantal. LAVANDERA 4. (Cantan todas a coro.) En el arroyo frío lavo tu cinta. Como un jazmín caliente tienes la risa. ¡Ja, ja, ja! (Mueven los paños con ritmo y los golpean.) TELÓN. Acto segundo CUADRO SEGUNDO Casa de Yerma. Atardecer. Juan está sentado. Las dos hermanas, de pie. JUAN. ¿Dices que salió hace poco? (La hermana mayor contesta con la cabeza.) Debe estar en la fuente. Pero ya sabéis que me gusta que salga sola. (Pausa) Puedes poner la mesa. (Sale la hermana menor.) Bien ganado tengo el pan que como. (A su hermana.) Ayer pasé un día duro. Estuve podando los manzanos y a la caída de la tarde me puse a pensar para qué pondría yo tanta ilusión en la faena si no puedo llevarme una manzana a la boca. Estoy harto. (Se pasa las manos por la cara. Pausa.) Ésa no viene... Una de vosotras debía salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y bebiendo mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es también la vuestra. (La hermana inclina la cabeza.) No lo tomes a mal. (Entra Yerma con dos cántaros. Queda parada en la puerta.) ¿Vienes de la fuente? YERMA. Para tener agua fresca en la comida. (Sale la otra hermana.) ¿Cómo están las tierras? JUAN. Ayer estuve podando los árboles. (Yerma deja los cántaros. Pausa.) YERMA. ¿Te quedarás? JUAN. He de cuidar el ganado. Tú sabes que esto es cosa del dueño. YERMA. Lo sé muy bien. No lo repitas. JUAN. Cada hombre tiene su vida. YERMA. Y cada mujer la suya. No te pido yo que te quedes. Aquí tengo todo lo que necesito. Tus hermanas me guardan bien. Pan tierno y requesón y cordero asado como yo aquí, y pasto lleno de rocío tus ganados en el monte. Creo que puedes vivir en paz. JUAN. Para vivir en paz se necesita estar tranquilo. YERMA. ¿Y tú no estás? JUAN. No estoy. YERMA. Desvía la intención. JUAN. ¿Es que no conoces mi modo de ser? Las ovejas en el redil y las mujeres en su casa. Tú sales demasiado. ¿No me has oído decir esto siempre? YERMA. Justo. Las mujeres dentro de sus casas. Cuando las casas no son tumbas. Cuando las sillas se rompen y las sábanas de hilo se gastan con el uso. Pero aquí, no. Cada noche, cuando me acuesto, encuentro mi cama más nueva, mas reluciente, como si estuviera recién traída de la ciudad. JUAN. Tú misma reconoces que llevo razón al quejarme. ¡Que tengo motivos para estar alerta! YERMA. Alerta ¿de qué? En nada te ofendo. Vivo sumisa a ti, y lo que sufro lo guardo pegado a mis carnes. Y cada día que pase será peor. Vamos a callarnos. Yo sabré llevar mi cruz como mejor pueda, pero no me preguntes nada. Si pudiera de pronto volverme vieja y tuviera la boca como una flor machacada, te podría sonreír y conllevar la vida contigo. Ahora, ahora, déjame con mis clavos. JUAN. Hablas de una manera que yo no te entiendo. No te privo de nada. Mando a los pueblos vecinos por las cosas que te gustan. Yo tengo mis defectos, pero quiero tener paz y sosiego contigo. Quiero dormir fuera y pensar que tú duermes también. YERMA. Pero yo no duermo, yo no puedo dormir. JUAN . ¿Es que te falta algo? Dime. (Pausa.) ¡Contesta! YERMA. (Con intención y mirando fijamente al Marido.) Sí, me falta. JUAN. Siempre lo mismo. Hace ya más de cinco años. Yo casi lo estoy olvidando. YERMA. Pero yo no soy tú. Los hombres tienen otra vida: los ganados, los árboles, las conversaciones; y las mujeres no tenemos más que esta de la cría y el cuido de la cría. JUAN. Todo el mundo no es igual. ¿Por qué no te traes un hijo de tu hermano? Yo no me opongo. YERMA. No quiero cuidar hijos de otras. Me figuro que se me van a helar los brazos de tenerlos. JUAN. Con este achaque vives alocada, sin pensar en lo que debías, y te empeñas en meter la cabeza por una roca. YERMA. Roca que es una infamia que sea roca, porque debía ser un canasto de flores y agua dulce. JUAN. Estando a tu lado no se siente más que inquietud, desasosiego. En último caso debes resignarte. YERMA. Yo he venido a estas cuatro paredes para no resignarme. Cuando tenga la cabeza atada con un pañuelo para que no se me abra la boca, y las manos bien amarradas dentro del ataúd, en esa hora me habré resignado. JUAN. Entonces, ¿qué quieres hacer? YERMA. Quiero beber agua y no hay vaso ni agua; quiero subir al monte y no tengo pies; quiero bordar mis enaguas y no encuentro los hilos. JUAN. Lo que pasa es que no eres una mujer verdadera y buscas la ruina de un hombre sin voluntad. YERMA Yo no sé quién soy. Déjame andar y desahogarme. En nada te he faltado. JUAN. No me gusta que la gente me señale. Por eso quiero ver cerrada esa puerta y cada persona en su casa. (Sale la Hermana I lentamente y se acerca a una alacena.) YERMA. Hablar con la gente no es pecado. JUAN. Pero puede parecerlo. (Sale la otra Hermana y se dirige a los cántaros, en los cuales llena una jarra.) (Bajando la voz.) Yo no tengo fuerzas para estas cosas. Cuando te den conversación, cierras la boca y piensas que eres una mujer casada. YERMA. (Con asombro.) ¡Casada! JUAN. Y que las familias tienen honra y la honra es una carga que se lleva entre todos. (Sale la Hermana con la jarra, lentamente.) Pero que está oscura y débil en los mismos caños de la sangre. (Sale la otra Hermana con una fuente, de modo casi procesional. Pausa.) Perdóname. (Yerma mira a su Marido; éste levanta la cabeza y se tropieza con la mirada.) Aunque me miras de un modo que no debía decirte perdóname, sino obligarte, encerrarte, porque para eso soy el marido. (Aparecen las dos hermanas en la puerta.) YERMA. Te ruego que no hables. Deja quieta la cuestión. (Pausa) JUAN. Vamos a comer. (Entran las Hermanas. Pausa.) ¿Me has oído? YERMA. (Dulce.) Come tú con tus hermanas. Yo no tengo hambre todavía. JUAN. Lo que quieras. (Entra.) YERMA. (Como soñando.) ¡Ay qué prado de pena! ¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura, que pido un hijo que sufrir y el aire me ofrece dalias de dormida luna! Estos dos manantiales que yo tengo de leche tibia, son en la espesura de mi carne, dos pulsos de caballo, que hacen latir la rama de mi angustia. ¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido! ¡Ay palomas sin ojos ni blancura! ¡Ay qué dolor de sangre prisionera me está clavando avispas en la nuca! Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño, porque el agua da sal, la tierra fruta, y nuestro vientre guarda tiernos hijos como la nube lleva dulce lluvia. (Mira hacia la puerta) ¡Mariía! ¿Por qué pasas tan deprisa por mi puerta? MARÍA. (Entra con un niño en brazos.) Cuando voy con el niño, lo hago... ¡Como siempre lloras!... YERMA. Tienes razón. (Coge al niño y se sienta.) MARÍA. Me da tristeza que tengas envidia. (Se sienta.) YERMA. No es envidia lo que tengo; es pobreza. MARÍA. No te quejes. YERMA. ¡Cómo no me voy a quejar cuando te veo a ti y a las otras mujeres llenas por dentro de flores, y viéndome yo inútil en medio de tanta hermosura! MARÍA. Pero tienes otras cosas. Si me oyeras, podrías ser feliz. YERMA. La mujer del campo que no da hijos es inútil como un manojo de espinos ¡y hasta mala!, a pesar de que yo sea de este desecho dejado de la mano de Dios. (Mari´a hace un gesto como para tomar al niño.) Tómalo; contigo está más a gusto. Yo no debo tener manos de madre. MARÍA. ¿Por qué me dices eso? YERMA. (Se levanta.) Porque estoy harta, porque estoy harta de tenerlas y no poderlas usar en cosa propia. Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño. MARÍA. No me gusta lo que dices. YERMA. Las mujeres, cuando tenéis hijos, no podéis pensar en las que no los tenemos. Os quedáis frescas, ignorantes, como el que nada en agua dulce no tiene idea de la sed. MARÍA. No te quiero decir lo que te digo siempre. YERMA. Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas. MARÍA. Mala cosa. YERMA. Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo. Muchas noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo hacía, porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre. MARÍA. Cada criatura tiene su razón. YERMA. A pesar de todo, sigue queriéndome. ¡Ya ves cómo vivo! MARÍA. ¿Y tus cuñadas? YERMA. Muerta me vea y sin mortaja, si alguna vez les dirijo la conversación. MARÍA. ¿Y tu marido? YERMA. Son tres contra mí. MARÍA. ¿Qué piensan? YERMA. Figuraciones. De gente que no tiene la conciencia tranquila. Creen que me puede gustar otro hombre y no saben que, aunque me gustara, lo primero de mi casta es la honradez. Son piedras delante de mí. Pero ellos no saben que yo, si quiero, puedo ser agua de arroyo que las lleve. (Una hermana entra y sale llevando un pan.) MARÍA. De todas maneras, creo que tu marido te sigue queriendo. YERMA. Mi marido me da pan y casa. MARÍA. ¡Qué trabajos estás pasando, qué trabajos, pero acuérdate de las llagas de Nuestro Señor! (Están en la puerta.) YERMA. (Mirando al niño.) Ya ha despertado. MARÍA. Dentro de poco empezará a cantar. YERMA. Los mismos ojos que tú, ¿lo sabías? ¿Los has visto? (Llorando.) ¡Tiene los mismos ojos que tú! (Yerma empuja suavemente a María y ésta sale silenciosa. Yerma se dirige a la puerta por donde entró su marido.) MUCHACHA 2. ¡Chisss! YERMA. (Volviéndose.) ¿Qué? MUCHACHA 2 Esperé a que saliera. Mi madre te está aguardando. YERMA . ¿Está sola? MUCHACHA 2. Con dos vecinas. YERMA. Dile que esperen un poco. MUCHACHA 2 ¿Pero vas a ir? ¿No te da miedo? YERMA. Voy a ir. MUCHACHA 2. ¡Allá tú! YERMA. ¡Que me esperen aunque sea tarde! (Entra Víctor) VÍCTOR. ¿Está Juan? YERMA. Sí. MUCHACHA 2 (Cómplice.) Entonces, yo traeré la blusa. YERMA. Cuando quieras. (Sale la Muchacha.) Siéntate. VÍCTOR. Estoy bien así. YERMA. (Llamando al marido.) ¡Juan! VÍCTOR. Vengo a despedirme. YERMA. (Se estremece ligeramente, pero vuelve a su serenidad) ¿Te vas con tus hermanos? VÍCTOR. Así lo quiere mi padre. YERMA. Ya debe estar viejo. VÍCTOR. Sí, muy viejo. (Pausa) YERMA. Haces bien en cambiar de campos. VÍCTOR. Todos los campos son iguales. YERMA. No. Yo me iría muy lejos. VÍCTOR. Es todo lo mismo. Las mismas ovejas tienen la misma lana. YERMA. Para los hombres, sí, pero las mujeres somos otra cosa. Nunca oí decir a un hombre comiendo: «¡Qué buena son estas manzanas!». Vais a lo vuestro sin reparar en la delicadezas. De mí sé decir que he aborrecido el agua de estos pozos. VÍCTOR . Puede ser. (La escena está en una suave penumbra. Pausa.) YERMA. Víctor. VÍCTOR. Dime. YERMA. ¿Por qué te vas? Aquí las gentes te quieren. VÍCTOR. Yo me porté bien. (Pausa.) YERMA. Te portaste bien. Siendo zagalón me llevaste una vez en brazos; ¿no recuerdas? Nunca se sabe lo que va a pasar. VÍCTOR. Todo cambia. YERMA. Algunas cosas no cambian. Hay cosas encerradas detrás de los muros que no pueden cambiar porque nadie las oye. VÍCTOR. Así es. (Aparece la Hermana 2 y se dirige lentamente hacia la puerta, donde se queda fija, iluminada por la última luz de la tarde.) YERMA. Pero que si salieran de pronto y gritaran, llenarían el mundo. VÍCTOR. No se adelantaría nada. La acequia por su sitio, el rebaño en el redil, la luna en el cielo y el hombre con su arado. YERMA. ¡Qué pena más grande no poder sentir las enseñanzas de los viejos! (Se oye el sonido largo y melancólico de las caracolas de los pastores.) VÍCTOR. Los rebaños. JUAN. (Sale.) ¿Vas ya de camino? VÍCTOR. Quiero pasar el puerto antes del amanecer. JUAN. ¿Llevas alguna queja de mí? VÍCTOR. No. Fuiste buen pagador. JUAN. (A Yerma.) Le compré los rebaños. YERMA. ¿Sí? VÍCTOR . (A Yerma.) Tuyos son. YERMA. No lo sabía. JUAN . (Satisfecho.) Así es. VÍCTOR. Tu marido ha de ver su hacienda colmada. YERMA. El fruto viene a las manos del trabajador que lo busca. (La Hermana que está en la puerta entra dentro.) JUAN Ya no tenemos sitio donde meter tantas ovejas. YERMA. (Sombría.) La tierra es grande. (Pausa) JUAN. Iremos juntos hasta el arroyo. VÍCTOR. Deseo la mayor felicidad para esta casa. (Le da la mano a Yerma.) YERMA. ¡Dios te oiga! ¡Salud! (Víctor le da salida y, a un movimiento imperceptible de Yerma, se vuelve.) VÍCTOR. ¿Decías algo? YERMA. (Dramática.) Salud dije. VÍCTOR. Gracias. (Salen. Yerma queda angustiada mirándose la mano que ha dado a Vcítor. Yerma se dirige rápidamente hacia la izquierda y toma un mantón) MUCHACHA 2. (En silencio, tapándole la cabeza.) Vamos. YERMA. Vamos. (Salen sigilosamente. La escena está casi a oscuras. Sale la hermana con un velón que no debe dar al teatro luz ninguna, sino la natural que lleva. Se dirige al fin de la escena buscando a Yerma. Suenan los caracoles de los rebaños.) CUÑADA I. (En voz baja.) ¡Yerma! (Sale la Hermana 2, se miran las dos y se dirige a la puerta.) CUÑADA 2(Más alto.) ¡Yerma! (Sale.) CUÑADA I. (Dirigiéndose a la puerta también y con una carrasposa voz.) ¡Yerma! (Sale. Se oyen los cárabos y los cuernos de lo pastores. La escena está oscurísima.) TELÓN. Acto tercero CUADRO PRIMERO Casa de la Dolores, la conjuradora. Está amaneciendo. Entra Yerma con Dolores y dos Viejas. DOLORES. Has estado valiente. VIEJA 1. No hay en el mundo fuerza como la del deseo. VIEJA 2.Pero el cementerio estaba demasiado oscuro. DOLORES. Muchas veces yo he hecho estas oraciones en el cementerio con mujeres que ansiaban críos, y todas han pasado miedo. Todas, menos tú. YERMA. Yo he venido por el resultado. Creo que no eres mujer engañadora. DOLORES. No soy. Que mi lengua se llene de hormigas, como está la boca de los muertos, si alguna vez he mentido. La última vez hice la oración con una mujer mendicante, que estaba seca más tiempo que tú, y se le endulzó el vientre de manera tan hermosa que tuvo dos criaturas ahí abajo, en el río, porque no le daba tiempo a llegar a las casas, y ella misma las trajo en un pañal para que yo las arreglase. YERMA. ¿Y pudo venir andando desde el río? DOLORES. Vino. Con los zapatos y las enaguas empapadas en sangre..., pero con la cara reluciente. YERMA. ¿Y no le pasó nada? DOLORES. ¿Qué le iba a pasar? Dios es Dios. YERMA. Naturalmente. No le podía pasar nada, sino agarrar las criaturas y lavarlas con agua viva. Los animales los lamen, ¿verdad? A mí no me da asco de mi hijo. Yo tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro, y los niños se duermen horas y horas sobre ellas oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos para que ellos mamen, para que ellos jueguen, hasta que no quieran más, hasta que retiren la cabeza "... otro poquito más, niño... ", y se les llene la cara y el pecho de gota blancas. DOLORES. Ahora tendrás un hijo. Te lo puedo asegurar. YERMA. Lo tendré porque lo tengo que tener. O no entiendo el mundo. A veces, cuando ya estoy segura de que jamás, jamás..., me sube como una oleada de fuego por los pies y se me quedan vacías todas las cosas, y los hombres que andan por la calle y los toros y las piedras me parecen como cosas de algodón. Y me pregunto: ¿para qué estarán ahí puestos? VIEJA 1 Está bien que una casada quiera hijos, pero si no los tiene, ¿por qué ese ansia de ellos? Lo importante de este mundo es dejarse llevar por los años. No te critico. Ya has visto cómo he ayudado a los rezos. Pero, ¿qué vega esperas dar a tu hijo, ni qué felicidad, ni qué silla de plata? YERMA. Yo no pienso en el mañana; pienso en el hoy. Tú estás vieja y lo ves ya todo como un libro leído. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que te digo, aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón. VIEJA 1. Eres demasiado joven para oír consejo. Pero, mientras esperas la gracia de Dios, debes ampararte en el amor de tu marido. YERMA. ¡Ay! Has puesto el dedo en la llaga más honda que tienen mis carnes. DOLORES Tu marido es bueno. YERMA. (Se levanta) ¡Es bueno! ¡Es bueno! ¿Y qué? Ojalá fuera malo. Pero no. Él va con sus ovejas por sus caminos y cuenta el dinero por las noches. Cuando me cubre, cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría como si tuviera el cuerpo muerto, y yo, que siempre he tenido asco de las mujeres calientes, quisiera ser en aquel instante como una montaña de fuego. DOLORES. ¡Yerma! YERMA No soy una casada indecente; pero yo sé que los hijos nacen del hombre y de la mujer. ¡Ay, si los pudiera tener yo sola! DOLORES. Piensa que tu marido también sufre. YERMA. No sufre. Lo que pasa es que él no ansía hijos. VIEJA 1. ¡No digas eso! YERMA. Se lo conozco en la mirada y, como no los ansía, no me los da. No lo quiero, no lo quiero y, sin embargo, es mi única salvación. Por honra y por casta. Mi única salvación. VIEJA 1 (Con miedo.) Pronto empezará a amanecer. Debes irte a tu casa. DOLORES. Antes de nada saldrán los rebaños y no conviene que te vean sola. YERMA. Necesitaba este desahogo. ¿Cuántas veces repito las oraciones? DOLORES. La oración del laurel, dos veces, y al mediodía, la oración de santa Ana. Cuando te sientas encinta me traes la fanega de trigo que me has prometido. VIEJA 1. Por encima de los montes ya empieza a clarear. Vete. DOLORES Como en seguida empezarán a abrir los portones, te vas dando un rodeo por la acequia. YERMA. (Con desaliento.) ¡No sé por qué he venido! DOLORES. ¿Te arrepientes? YERMA. ¡No! DOLORES. (Turbada.) Si tienes miedo, te acompañaré hasta la esquina. YERMA. ¡Quita! VIEJA 1 (Con inquietud) Van a ser las claras del día cuando llegues a tu puerta. (Se oyen voces) DOLORES ¡Calla! (Escuchan) VIEJA 1 No es nadie. Anda con Dios. (Yerma se dirige a la puerta y en este momento llaman a ella. Las tres mujeres quedan paradas.) DOLORES. ¿Quién es? JUAN Soy yo. YERMA. Abre. (Dolores duda.) ¿Abres o no? (Se oyen murmullos. Aparece Juan con las dos Cuñadas.) HERMANA 2 Aquí está. YERMA. ¡Aquí estoy! JUAN. ¿Qué haces en este sitio? Si pudiera dar voces, levantaría a todo el pueblo, para que viera dónde iba la honra de mi casa; pero he de ahogarlo todo y callarme porque eres mi mujer. YERMA. Si pudiera dar voces, también las daría yo, para que se levantaran hasta los muertos y vieran esta limpieza que me cubre. JUAN. ¡No, eso no! Todo lo aguanto menos eso. Me engañas, me envuelves y, como soy un hombre que trabaja la tierra, no tengo ideas para tus astucias. DOLORES. ¡Juan! JUAN. ¡Vosotras, ni palabra! DOLORES. (Fuerte.) Tu mujer no ha hecho nada malo. JUAN. Lo está haciendo desde el mismo día de la boda. Mirándome con dos agujas, pasando las noches en vela con los ojos abiertos al lado mío, y llenando de malos suspiros mis almohadas. YERMA. ¡Cállate! JUAN. Y yo no puedo más. Porque se necesita ser de bronce para ver a tu lado una mujer que te quiere meter los dedos dentro del corazón y que se sale de noche fuera de su casa, ¿en busca de qué? ¡Dime!, ¿buscando qué? Las calles están llenas de machos. En las calles no hay flores que cortar . YERMA. No te dejo hablar ni una sola palabra. Ni una más. Te figuras tú y tu gente que sois vosotros los únicos que guardáis honra, y no sabes que mi casta no ha tenido nunca nada que ocultar. Anda. Acércate a mí y huele mis vestidos, ¡acércate!, a ver dónde encuentras un olor que no sea tuyo, que no sea de tu cuerpo. Me pones desnuda en mitad de la plaza y me escupes. Haz conmigo lo que quieras, que soy tu mujer, pero guárdate de poner nombre de varón sobre mis pechos. JUAN. No soy yo quien lo pone; lo pones tú con tu conducta y el pueblo lo empieza a decir. Lo empieza a decir claramente. Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la harina, todos callan; y hasta de noche en el campo, cuando despierto, me parece que también se callan las ramas de los arboles. YERMA. Yo no sé por qué empiezan los malos aires que revuelcan al trigo y ¡mira tú si el trigo es bueno! JUAN. Ni yo sé lo que busca una mujer a todas horas fuera de su tejado. YERMA. (En un arranque y abrazándose a su Marido.) Te busco a ti. Te busco a ti. Es a ti a quien busco día y noche sin encontrar sombra donde respirar. Es tu sangre y tu amparo lo que deseo. JUAN. Apártate. YERMA. No me apartes y quiere conmigo. JUAN ¡Quita! YERMA. Mira que me quedo sola. Como si la luna se buscara ella misma por el cielo. ¡Mírame! (Lo mira.) JUAN. (La mira y la aparta bruscamente.) ¡Déjame ya de una vez! DOLORES. ¡Juan! (Yerma cae al suelo) YERMA. (Alto.) Cuando salía por mis claveles me tropecé con el muro. ¡Ay! ¡Ay! Es en ese muro donde tengo que estrellar mi cabeza. JUAN. Calla. Vamos. DOLORES. ¡Dios mío! YERMA. (A gritos.) Maldito sea mi padre, que me dejó su sangre de padre de cien hijos. Maldita sea mi sangre, que los busca golpeando por las paredes. JUAN. ¡Calla he dicho! DOLORES. ¡Viene gente! Habla bajo. YERMA. No me importa. Dejarme libre siquiera la voz, ahora que voy entrando en lo más oscuro del pozo. (Se levanta.) Dejar que de mi cuerpo salga siquiera esta cosa hermosa y que llene el aire. DOLORES. Van a pasar por aquí. JUAN. Silencio. YERMA. ¡Eso! ¡Eso! Silencio. Descuida. JUAN. Vamos. ¡Pronto! YERMA. ¡Ya está! ¡Ya está! ¡Y es inútil que me retuerza las manos! Una cosa es querer con la cabeza... JUAN. Calla. YERMA. (Bajo.) Una cosa es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, maldito sea el cuerpo, no nos responda. Está escrito y no me voy a poner a luchar a brazo partido con los mares. Ya está. ¡Que mi boca se quede muda! (Sale.) TELÓN. Acto tercero CUADRO SEGUNDO Alrededores de una ermita en plena montaña. En primer término, unas ruedas de carro y unas mantas formando una tienda rústica, donde está Yerma. Entran las Mujeres con ofrendas a la ermita. Vienen descalzas. En la escena está la Vieja alegre del primer acto. (Canto a telón corrido) No te pude ver cuando eras soltera, mas de casada te encontraré. No te pude ver cuando eras soltera. Te desnudaré, casada y romera, cuando en lo oscuro las doce den. VIEJA. (Con sorna.) ¿Habéis bebido ya el agua santa? MUJER 1 Sí. VIEJA. Y ahora, a ver a ése. MUJER 2 Creemos en él. VIEJA. Venís a pedir hijos al santo y resulta que cada año vienen más hombres solos a esta romería. ¿Qué es lo que pasa? (Ríe) MUJER 1 ¿A qué vienes aquí, si no crees? VIEJA. A ver. Yo me vuelvo loca por ver. Y a cuidar de mi hijo. El año pasado se mataron dos por una casada seca y quiero vigilar. Y, en último caso, vengo porque me da la gana. MUJER 1 ¡Que Dios te perdone! (Entran.) VIEJA. (Con sarcasmo.) Que te perdone a ti. (Se va. Entra María con la muchacha 1) MUCHACHA I. ¿Y ha venido? MARÍA. Ahí tienen el carro. Me costó mucho que vinieran. Ella ha estado un mes sin levantarse de la silla. Le tengo miedo. Tiene una idea que no sé cuál es, pero desde luego es una idea mala. MUCHACHA I Yo llegué con mi hermana. Lleva ocho años viniendo sin resultado. MARÍA. Tiene hijos la que los tiene que tener. MUCHACHA I. Es lo que yo digo. (Se oyen voces) MARÍA. Nunca me gustó esta romería. Vamos a las eras, que es donde está la gente. MUCHACHA I El año pasado, cuando se hizo oscuro, unos mozos atenazaron con sus manos los pechos de mi hermana. MARÍA. En cuatro leguas a la redonda no se oyen más que palabras terribles. MUCHACHA I Más de cuarenta toneles de vino he visto en las espaldas de la ermita. MARÍA. Un río de hombres solos baja por esas sierras. (Se oyen voces. Entra Yerma con seis mujeres que van a la iglesia. Van descalzas y llevan cirios rizados. Empieza el anochecer.) YERMA. Señor, que florezca la rosa, no me la dejéis en sombra. MUJER 2 Sobre su carne marchita florezca la rosa amarilla. MARÍA. Y en el vientre de tus siervas , la llama oscura de la tierra. CORO Señor, que florezca la rosa, no me la dejéis en sombra. (Se arrodillan) YERMA El cielo tiene jardines con rosales de alegría: entre rosal y rosal, la rosa de maravilla. Rayo de aurora parece y un arcángel la vigila, las alas como tormentas, los ojos como agonías. Alrededor de sus hojas arroyos de leche tibia juegan y mojan la cara de las estrellas tranquilas. Señor, abre tu rosal sobre mi carne marchita. (Se levanta) MUJER 2 Señor, calma con tu mano las ascuas de su mejilla. YERMA Escucha a la penitente de tu santa romería. Abre tu rosa en mi carne aunque tenga mil espinas. CORO Señor, que florezca la rosa, no me la dejéis en sombra. YERMA Sobre mi carne marchita, la rosa de maravilla. (Entran) (Salen las Muchachas corriendo con largas cintas en las manos, por la izquierda, y entran. Por la derecha, otras tres, con largas cintas y mirando hacia atrás, que entran también. Hay en la escena como un crescendo de voces, con ruidos de cascabeles y colleras de campanillas. En un plano superior aparecen las siete muchachas, que agitan las cintas hacia la izquierda. Crece el ruido y entran dos Máscaras populares, una como Macho y otra como hembra. Llevan grandes caretas. El Macho empuña un cuerno de toro en la mano. No son grotescas de ningún modo, sino de gran belleza y con un sentido de pura tierra. La Hembra agita un collar de grandes cascabeles.) NIÑOS; ¡El demonio y su mujer! ¡El demonio y su mujer! (El fondo se llena de gente que grita y comenta la danza. Está muy anochecido.) En el río de la sierra la esposa triste se bañaba. Por el cuerpo le subían los caracoles del agua. La arena de las orillas y el aire de la mañana le daban fuego a su risa y temblor a sus espaldas. ¡Ay qué desnuda estaba la doncella en el agua! NIÑOS ¡Ay cómo se quejaba! HOMBRE 1 ¡Ay marchita de amores! NIÑO ¡Con el viento y el agua! HOMBRE 2 ¡Que diga a quién espera! HOMBRE 1 ¡Que diga a quién aguarda! HOMBRE 2 ¡Ay con el vientre seco y la color quebrada! HEMBRA Cuando llegue la noche lo diré cuando llegue la noche clara. Cuando llegue la noche de la romería rasgaré los volantes de mi enagua. NIÑO Y en seguida vino la noche. ¡Ay que la noche llegaba! Mirad qué oscuro se pone el chorro de la montaña. (Empiezan a sonar unas guitarras.) MACHO. (Se levanta y agita el cuerno.) ¡Ay qué blanca la triste casada! ¡Ay cómo se queja entre las ramas! Amapola y clavel serás luego, cuando el Macho despliegue su capa. (Se acerca) Si tú vienes a la romería a pedir que tu vientre se abra, no te pongas un velo de luto, sin dulce camisa de holanda. Vete sola detrás de los muros, donde están las higueras cerradas, y soporta mi cuerpo de tierra hasta el blanco gemido del alba. ¡Ay cómo relumbra! ¡Ay cómo relumbraba! ¡Ay cómo se cimbrea la casada! HEMBRA ¡Ay que el amor le pone coronas y guirnaldas, y dardos de oro vivo en sus pechos se clavan! MACHO Siete veces gemía, nueve se levantaba. Quince veces juntaron jazmines con naranjas. HOMBRE 1 ¡Dale ya con el cuerno! HOMBRE 2 Con la rosa y la danza. HOMBRE 1 ¡Ay cómo se cimbrea la casada! MACHO En esta romería el varón siempre manda. Los maridos son toros, el varón siempre manda, y las romeras flores, para aquel que las gana. NIÑO Dale ya con el aire. HOMBRE 2 Dale ya con la rama. MACHO ¡Venid a ver la lumbre de la que se bañaba! HOMBRE 1 Como junco se curva. NIÑO Y como flor se cansa. HOMBRES ¡Que se aparten las niñas! MACHO ¡Que se queme la danza y el cuerpo reluciente de la limpia casada! (Se van bailando con son de palmas y música. Cantan.) El cielo tiene jardines con rosales de alegría: entre rosal y rosal, la rosa de maravilla. (Vuelven a pasar dos muchachas gritando. Entra la vieja alegre.) VIEJA. A ver si luego nos dejáis dormir. Pero luego será ella. (Entra Yerma.) ¿Tú? (Yerma está abatida y no habla.) Dime ¿para qué has venido? YERMA. No sé. VIEJA. ¿No te convences? ¿Y tu esposo? (Yerma da muestras de cansancio y de persona a la que una idea fija le oprime la cabeza.) YERMA. Ahí está. VIEJA. ¿Qué hace? YERMA Bebe. (Pausa. Llevándose las manos a la frente) ¡Ay! VIEJA Ay, ay. Menos ¡ay! y mas alma. Antes no he querido decirte, pero ahora, sí. YERMA. ¡Y qué me vas a decir que ya no sepa VIEJA. Lo que ya no se puede callar. Lo que está puesto encima del tejado. La culpa es de tu marido, ¿lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente, no. Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda. ¡Mira qué maldición ha venido a caer sobre tu hermosura! YERMA. Una maldición. Un charco de veneno sobre las espigas. VIEJA. Pero tú tienes pies para marcharte de tu casa. YERMA ¿Para marcharme? VIEJA. Cuando te vi en la romería me dio un vuelco el corazón. Aquí vienen las mujeres a conocer hombres nuevos y el Santo hace el milagro. Mi hijo está sentado detrás de la ermita esperándote. Mi casa necesita una mujer. Vete con él y viviremos los tres juntos. Mi hijo sí es de sangre. Como yo. Si entras en mi casa, todavía queda olor de cunas. La ceniza de tu colcha se te volverá pan y sal para las crías. Anda. No te importe la gente. Y, en cuanto a tu marido, hay en mi casa entrañas y herramientas para que no cruce siquiera la calle. YERMA. Calla, calla. ¡Si no es eso! Nunca lo haría. Yo no puedo ir a buscar. ¿Te figuras que puedo conocer otro hombre? ¿Dónde pones mi honra? El agua no se puede volver atrás, ni la luna llena sale a mediodía. Vete. Por el camino que voy seguiré. ¿Has pensado en serio que yo me pueda doblar a otro hombre? ¿Que yo vaya a pedirle lo que es mío como una esclava? Conóceme, para que nunca me hables más. Yo no busco. VIEJA. Cuando se tiene sed, se agradece el agua. YERMA. Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes, y lo que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo. Lo mío es dolor que ya no está en las carnes. VIEJA. (Fuerte.) Pues sigue así. Por tu gusto es. Como los cardos del secano. Pinchosa, marchita. YERMA. (Fuerte.) Marchita sí, ¡ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso que me lo refriegues por la boca. No vengas a solazarte, como los niños pequeños en la agonía de un animalito. Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que es verdad. VIEJA. No me das ninguna lástima, ninguna. Yo buscaré otra mujer para mi hijo. (Se va. Se oye un gran coro lejano cantado por los romeros. Yerma se dirige hacia el carro y aparece por detrás del mismo su marido.) YERMA. ¿Estabas ahí? JUAN. Estaba. YERMA. ¿Acechando? JUAN Acechando. YERMA. ¿Y has oído? JUAN. Sí. YERMA ¿Y qué? Déjame y vete a los cantos. (Se sienta en las mantas) JUAN También es hora de que yo hable. YERMA ¡Habla! JUAN. Y que me queje. YERMA. ¿Con qué motivo? JUAN. Que tengo el amargor en la garganta. YERMA Y yo en los huesos. JUAN. Ha llegado el último minuto de resistir este continuo lamento por cosas oscuras, fuera de la vida, por cosas que están en el aire. YERMA. (Con asombro dramático.) ¿Fuera de la vida dices? ¿En el aire dices? JUAN. Por cosas que no han pasado y ni tú ni yo dirigimos. YERMA. (Violenta.) ¡Sigue! ¡Sigue! JUAN. Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mi no me importan. Ya es necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre las manos. Lo que veo por mis ojos. YERMA. (Incorporándose de rodillas, desesperada.) Así, así. Eso es lo que yo quería oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! ¡No le importa! ¡Ya lo he oído! JUAN. (Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna. YERMA. ¿Y qué buscabas en mí? JUAN. A ti misma. YERMA. (Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada más. ¿Es verdad lo que digo? JUAN. Es verdad. Como todos. YERMA. ¿Y lo demás? ¿Y tú hijo? JUAN. (Fuerte) ¡No oyes que no me importa! ¡No me preguntes más! ¡Que te lo tengo que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila! YERMA. ¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo? JUAN. Nunca. (Están los dos en el suelo) YERMA. ¿Y no podré esperarlo? JUAN No. YERMA. ¿Ni tú? JUAN. Ni yo tampoco. ¡Resígnate! YERMA. ¡Marchita! JUAN. Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La abraza.) YERMA. ¿Qué buscas? JUAN. A ti te busco. Con la luna estás hermosa YERMA. Me buscas como cuando te quieres comer una paloma. JUAN. Bésame... así. YERMA. Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo. Éste cae hacia atrás. Yerma le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el Coro de la romería). Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo! (Acude un grupo que queda parado al fondo. Se oye el Coro de la romería.) TELÓN.